Enric Piera

Hay mercadillo al amparo de la escuela, ligeramente arruinada, de Beniarbeig, de cuando la República. Fundación Santonja.

La Rectoría es un topónimo de derivación eclesiástica, claro: en algún tiempo compartieron párroco estos pueblecitos de la Marina Alta, ninguno grande, alguno muy pequeño, varios bordeando la nebulosa del no ser en algún momento, y siempre renacidos, desde el Paleolítico Inferior a la expulsión de los moriscos y la llegada de repobladores mallorquines que se apellidaban Mut, Doménech o Català.

Si eclesiástica fue la energía que empujó a los moriscos al ostracismo, curas fueron también algunos de los promotores de la resurrección de este valle —suavísimo en su ascenso, apenas cuarenta metros— que dibujó el Girona, un río burbuja, típicamente valenciano, proteico, de los de hinchar y reventar, y que desde el camino que se eleva hacia el castillo del Ràfol d´Almúnia, parece una llanura de naranjos y limoneros, que antes fue el marjal y las sabanas herbosas donde se movían los cazadores de la Cova de les Calaveres de Benidoleig y de otros refugios igualmente notables.

Si quieren monte bravo, pasado Tormos, sale el camino a Vall de Laguart donde la altura se multiplica por cuatro: hemos visto al Montgó, todo el día, con un capelo de nubes y a la Serra de Segària, un plegamiento encantado, el zócalo madre de estos pueblos: un voladizo apuntando bravo al mar, como si siguiera levantándose montado sobre la placa africana.

No crean que por pequeños, estos pueblos están desaprovechados, lo saben bien los forasteros que tienen aquí su residencia. En la plaza mayor de Benimeli, hablan inglés. Nadie llega a los setecientos habitantes y Sanet i Negrals (la patria de Isa Tròlec) los roza, pero es dos en uno. La parroquia de Santa Ana de Sanet y Negrals es, tal vez la más hermosa de la serie (con permiso de la Iglesia de San Sebastián de Sagra, monumental e impulsada por el mismísimo San Juan de Ribera): un blanco bombón en medio de un caserío limpio, en perfecto estado de revista y con encrucijadas y plazoletas donde aparece un restaurante francés: La Ratatouille. Amarillos, azules, esmeraldas y almagres ¿Por qué no? La mejor luz está bajo los grandes plátanos de la Plaça de les Fonts de Sagra. Y en Benimeli, trampantojos y muelas de viejas almazaras, para destacar la gracia de un rincón, de un calvario, de la fuente dedicada a San Andrés. También un acertado toque de pintura ennoblece los aleros de la iglesia de Tormos, el pueblo de Joaquín Ballester, el fundador de Fontilles, un lazareto entre las hermosas asperezas que van de Campell a Benimaurell, pasando por Fleix: da gusto masticar los fonemas de estos nombres perfumados de sándalo y de corazón tan blanco como el de la almendra.