Altea lleva en su senyera el águila bicéfala de los Habsburgo, una familia en la que los hijos bastardos machacaban a los turcos y los legítimos construían imperios delirantes, de matriz alemana, entre los hielos de Alaska y los mantones de Manila, había para todos. Altea se afirma entre dos episodios bélicos: su conquista por Jaume I (a quien no le pasarían desapercibidos ni el encanto ni la utilidad de su atalaya junto al puerto) y el desembarco de las fuerzas austracistas al mando del general Basset, con el católico pero republicano general Rojo, uno de los últimos militares de raza que ha dado nuestra tierra.

La condición de atalaya se constata, dicen, en la etimología del nombre, pues en cualquier punto del casco antiguo al que trepes, siempre tienes a la vista el mar y su doble puerto, el de pescadores y el de recreo. Claro que ese nombre también es el de una hierba curativa, pariente de las malvas y remedio, dicen que seguro, contra los problemas de tránsito intestinal. Consulto estadísticas de pesca del último medio siglo y Altea figura siempre en lugar destacado en capturas, algunos años en la primera plaza de la provincia, por delante de Santa Pola y Alacant, pero el oficio de pescador es muy duro y el tirón de la vida hostelera muy poderoso.

El caso es que en este momento un tercio de la población de Altea (que, políticamente, pasó sin traumas, como tantos pueblos de la Marina, de un socialismo como mínimo idiosincrático al conservadurismo, y de ahí al nacionalismo), uno de cada tres contribuyentes, digo, es extranjero, y de cada tres de esos, uno atiende a los otros dos: los atendidos son europeos del oeste.

Ahora, las terrazas del paseo marítimo están protegidas por una triple línea: un delimitación flotante, una escollera y la vieja línea de playa. Nuestros temporales son legendarios: a veces vacían una playa y otras llevan las olas hasta el salón comedor de la casa. En la mar chica formada entre la costa primitiva y la escollera, haraganean los patos acosados por gaviotas histéricas. Los cormoranes extienden sus alas como el conde Drácula su capa.

En una terraza tenemos de vecinos a una pareja british. Desprenden, como muchos residentes, un aire de melancolía.

Creo que es en Matèria de Bretanya „doña Carmelina Sánchez-Cutillas tiene calle dedicada„ donde la narradora cuenta que su patria era muy pequeña, cabía entre el Mascarat y l´Albir, y esos siguen siendo los límites de esta plaza quieta y blanca, catalana y andalusí (que es lo más valenciano), sede universitaria en la modalidad de Bellas Artes, que guardaba, en sus casas apretujadas y entre la nómina de artistas, a un delicada rubia totémica, a la vez frágil y flamencona, como otra Venus en su concha.

Y despido esta sección con la que rompí algún zapato, pero no desperdicié ni los años ni el alma. Fue un placer. Compartido.?

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Restaurantes

oustau de altea

Altea. En la calle Mayor, muy cerca de la iglesia. Cocina mediterránea y francesa. Buen ambiente. 35 euros. Más arriba, la magnífica pastelería De Sabors.

Tel. 965 842 078.

€ Dormir

Hoteles y paradores

tossal d´altea

Altea. Magnífico hotel rural emplazado en una antigua almazara. Estilo rústico. A partir de 80 euros. Tel. 966 683 183.