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Julio Monreal

EL NORAY

Julio Monreal

Turismo (con perdón)

Once años de abandono en el hotel Sidi Saler

En la semana de Fitur, la misma en la que la ciudad de València se presenta ante el sector turístico y el mundo entero con sus mejores galas como una capital europea amable, atractiva, receptiva y activa, el ayuntamiento sentencia posiblemente a muerte al que durante muchos años fue su único hotel de cinco estrellas, el Sidi Saler. El alcalde Joan Ribó y su equipo, con protagonismo especial de la concejala encargada de las licencias de actividad, Lucía Beamud, han cerrado la puerta a la reapertura del recinto, que sus propietarios estaban tratando de conseguir en las ventanillas estatal, autonómica y municipal, al declarar caducada la licencia por llevar más de dos años sin operar, ya que lleva cerrado desde 2011. Resulta chocante que de entre las más de 3.000 licencias de actividad atascadas en el consistorio haya salido adelante precisamente la que afecta al que fue hotel de lujo. Mala suerte para sus dueños y esperanza para quienes esperan un permiso para abrir negocios, crear empleos y generar riqueza y desarrollo. Se constata que al menos se tramita algún expediente.

Se podría pensar que la condena del Sidi Saler, cuyo posible derribo saluda el alcalde con alborozo, se enmarca en las peculiares relaciones que Compromís (el partido de Ribó y Beamud) mantiene con el turismo y que se resumen bien en los frecuentes intercambios de dentelladas en la yugular entre la vicepresidenta y portavoz del Consell, Mónica Oltra, y los representantes del sector. Pero los soberanistas no han sido los únicos que han puesto clavos en el ataúd del Sidi. El concejal de Urbanismo del mandato anterior y hoy diputado en el Congreso, el socialista Vicent Sarriá, rechazó todas las peticiones que le llegaron para salvar el hotel y reabrirlo, alegando que estaba dentro del parque natural de la Albufera y que se encontraba fuera de ordenación, por lo que cabía aplicarle la piqueta y devolver su espacio a las dunas y otros elementos de la Devesa. En vano intentaron durante meses sus compañeros de bancada Ramón Vilar (qepd) y la propia vicealcaldesa Sandra Gómez convencer a Sarriá de que era mejor salvar el Sidi, permitir su reapertura y crear más de 200 puestos de trabajo que derribar un equipamiento turístico de primer orden que sus propietarios han protegido durante una década con un servicio de vigilancia de 24 horas para evitar su okupación y deterioro.

Hoy son los vecinos de las torres de la Devesa del Saler y la propia vicealcaldesa quienes proponen que el edificio se mantenga en pie y sea reutilizado como residencia de ancianos, por ejemplo, vista la escasez de estos equipamientos sociosanitarios en la ciudad de València y en toda la Comunitat Valenciana. Los residentes (la mayoría veraneantes) de los edificios próximos al Sidi tienen un especial interés en que el hotel continúe en pie. Los mismos argumentos que permiten condenarlo a la piqueta pueden llevarse por delante cualquier día sus residencias con vistas a la Albufera y el mar. Sus fincas están en el ámbito del parque natural y también están fuera de ordenación, y la naturaleza también pide paso en esos dominios, pero hay una diferencia: que los residentes en las torres votan, mientras el Sidi está en manos de la pérfida banca.

Queda superbién presumir de que el gobierno local va a derribar el llamado «Algarrobico valenciano», el símbolo del desarrollismo turístico franquista y opresor, apelando al cambio climático que se nos viene encima, a la necesidad de restaurar las dunas del frente litoral, al respeto extremo a la legislación en materia de licencias y a unos cuantos argumentos de corrección política más. Mientras, un manto institucional protector cubre a los residentes en la selecta urbanización La Casbah, situada a pocos metros del Sidi y en la misma primera línea de mar, e incluso el ayuntamiento corre a reparar su pequeño paseo marítimo cada vez que el Mediterráneo lo desbarata reclamando lo que era suyo. Y eso a pesar de lo celebrada que fue la proclama del alcalde de Bellreguart (también de Compromís) cuando declaró tras el temporal Gloria que se llevó por delante su paseo, que renunciaba a reconstruirlo en el marco del cambio climático, el respeto a la dinámica litoral y todo aquello. Año y medio después, este y otros diarios recogían imágenes de la reconstrucción de los muros de hormigón que no se iban a levantar, porque una cosa es predicar y otra aguantar la presión de los hosteleros y todos los miles y miles de ciudadanos que viven de la actividad turística en ese municipio de la Safor y en toda la Comunitat Valenciana.

Y es que las ciudades y los pueblos compiten entre sí por atraer actividad económica, máxime en un sector que representa el 14 % del PIB español. Se ha visto muy claramente con la progresiva degradación de la potente imagen turística de la ciudad de Barcelona, que muchas quieren heredar. Los gestores turísticos de la ciudad de Valencia, pertenecientes a la rama socialista del gobierno municipal, llevan años trabajando por la especialización, echando anzuelos para atraer congresos y convenciones, eventos deportivos y culturales, turismo de naturaleza, la comunidad gay y otros colectivos. Y a todos esos nichos de negocio han decidido añadirle la digitalización que viene de la mano de la capitalidad europea del turismo inteligente 2022 y la apuesta por la sostenibilidad que se concreta en la medición de la huella de carbono y otras medidas ofrecidas a los visitantes.

Pero ni siquiera ese arduo trabajo ha logrado despejar una cierta sensación de distancia, que alcanza la hostilidad en algunos foros, y que se ha podido apreciar en la reacción ante nuevos proyectos hoteleros, una regulación restrictiva hacia los alojamientos turísticos o el descarte de nuevos proyectos que completarían la oferta de ciudad aunque sea para sus residentes y los del área metropolitana, como el parque acuático contiguo al Bioparc que ahora se desdeña, por no hablar del destierro de la política de grandes eventos que impulsó el PP y que la izquierda abrazó hasta que la corrupción en muchos de los contratos devino en bochorno, alejando hoy la posibilidad de acoger de nuevo la Copa del América de vela prevista para 2024.

La sociedad valenciana tiene una de sus fuentes de riqueza y empleo en el turismo, pero para muchos eso es motivo de complejo, como si diera vergüenza, exponiendo la palmera de la mediterraneidad a los peligros del picudo rojo, o a una tasa turística para obtener ingresos con los que construir viviendas sociales para jóvenes, penalizando a un sector que ha sufrido lo indecible en la pandemia. Y a pesar de todo, la gente viene. Mientras, ciudades como Málaga o Madrid ganan terreno en ese y otros campos sin pedir perdón. Tienen claro qué quieren ser de mayores. Por València también lo tienen claro. La duda está en si esa ciudad dará para vivir o habrá que emigrar.

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