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La polémica historia tras el nombre del telescopio James Webb

La misión que esta semana han lanzado EE UU y Europa ha sido bautizada en honor a un administrador de la NASA que lideró la etapa dorada de la agencia en la década de los 60. También se le acusa de haber realizado purgas contra el colectivo LGTBI.

El presidente John F Kennedy se reúne con William H Pickering (centro), director del Jet Propulsion Laboratory, y James Webb (detrás de la maqueta) para hablar de las primeras misiones de la agencia. NASA

El telescopio espacial más potente construido hasta la fecha, y cuya mirada podría revolucionar nuestra comprensión del universo, llevará al firmamento el nombre de James Webb; administrador de la NASA durante el arranque de la primera carrera espacial, uno de los supervisores del programa lunar Apolo y el hombre que estaba a cargo de la agencia durante las décadas en las que, por orden estatal, se persiguió y expulsó a personas LGBTI+ de la institución. Esta es la oscura sombra que se esconde tras el nombre de James Webb y la razón por la que, desde hace meses, científicos de todo el mundo han reclamado un cambio de nombre de la misión. «Es lamentable que esta misión lleve el nombre de un hombre cuyo legado en el mejor de los casos es complicado y en el peor refleja la complicidad con una política homófoba», argumenta un artículo de la revista Scientific American.

Científicos trabajan en el montaje del telescopio espacial James Webb. NASA/MSFC/DAVID HIGGINBOTHAM/EMMETT GIVEN

La historia de este telescopio arranca a finales de los años 80; justo tras el lanzamiento de su predecesor, el ya famoso Hubble. El proyecto despegó con el ambicioso objetivo de construir una herramienta de nueva generación para observar el universo y, justo por eso, en sus primeros años de vida, la misión fue bautizada con el nombre de Next Generation Space Telescope (NGST). No fue hasta 2022 que, a petición de la NASA, el instrumento tomó el nombre de James Webb.

La polémica historia tras el nombre del telescopio James Webb

«Webb creía que la carrera espacial tenía que lograr un equilibrio entre los vuelos espaciales tripulados y la ciencia, porque solo así se lograría fortalecer tanto el conocimiento como la industria aeroespacial», argumentó la agencia espacial estadounidense tras anunciar el cambio de nombre de esta histórica misión.

Estupor en la comunidad científica

El primer cambio de nombre del telescopio fue recibido con cierto estupor por la comunidad científica. Al fin y al cabo, parecía extraño bautizar una misión tan grande con el nombre de un administrador, un funcionario, cuando históricamente las grandes misiones de observación del universo siempre habían sido nombradas en honor a reconocidos astrónomos.

El telescopio Hubble, sin ir más lejos, es un homenaje al cosmólogo estadounidense Edwin Hubble, cuyo trabajo cambió nuestra comprensión del universo. El nombre de James Webb, fallecido en 1992, parecía desentonar desde un principio. Aun así la propuesta rehuyó todo amago de polémica y se mantuvo intacta a pesar de las críticas. Unos años más tarde, la publicación de un libro de historia prendió la chispa de la discordia. Era el año 2004. El historiador David K. Johnson acababa de publicar The Lavender Scare, un libro sobre la ‘caza de brujas’ impulsada durante la era McCarthy, y durante toda la Guerra Fría, para perseguir y expulsar a las personas LGBTI+ de las Administraciones Públicas.

La investigación presentaba pruebas de que Webb, incluso antes de entrar en la NASA, estuvo involucrado en las discusiones del Senado que desencadenaron esta persecución. Estaba en las reuniones donde se diseñaron los entresijos de estas políticas homófobas. Y más adelante, también era el hombre a cargo de la agencia espacial estadounidense durante las décadas en las que se aplicaron «purgas de homosexuales que terminaron con carreras prometedoras, arruinaron vidas y llevaron a muchos al suicidio», esgrime Johnson en su investigación. Tras la publicación de estos datos, la polémica ya estaba servida.

El debate sobre el nombre del telescopio, y sobre el legado de Webb, se mantuvo durante años dentro de la academia. Era uno de esos temas incómodos que se discuten a puerta cerrada. Pero en 2016, cuando parecía que la misión tan solo tardaría unos años en despegar, la polémica saltó al ágora pública y la discusión volvió a prenderse. El debate se polarizó entre quienes defendían la figura de James Webb, y argumentaban que como mucho se le podía acusar de cómplice, y los que reprochaban nombrar una misión tan trascendental con el nombre de alguien que arrastra una sombra homófoba. Sobre todo teniendo en cuenta que, incluso hoy, «muchos científicos LGBTI+ siguen sin sentirse a salvo en su lugar de trabajo».

La polémica de James Webb ha llegado a su cúlmen este año. Tan solo unos meses antes del lanzamiento, las revistas Scientific American y Nature publicaron varios artículos pidiendo un cambio de nombre de la misión. Más de 1.700 científicos del universo de la astrofísica firmaron una carta a favor de la propuesta. La NASA, por su parte, abrió una investigación para esclarecer la historia de Webb y plantear un eventual cambio de nombre. Tras meses de pesquisas, y en vísperas del despegue oficial de la misión, la agencia anunció que no cambiaría el nombre del telescopio porque no había hallado pruebas claras que relacionaran a Webb con la aplicación de estas políticas discriminatorias. Aunque todo apunta a que, efectivamente, todas las decisiones que se tomaron durante aquella época pasaron por su mesa. También la persecución de personas LGTBI+.

Falta de transparencia

La decisión de mantener el nombre de James Webb como emblema de una de las misiones espaciales más importantes de este siglo ha enfurecido a gran parte de la comunidad científica. Sobre todo por la falta de transparencia en el proceso de investigación y decisión de la agencia. El enfado fue tal que hasta una de las asesoras de la agencia, Lucianne Walkowicz, entregó su dimisión. Según argumentó la científica en una carta abierta, el veredicto final sobre esta polémica supone una «respuesta frívola y patética a una inquietud muy razonable de la comunidad astronómica» y, además, también puede leerse como un «posicionamiento muy claro sobre los derechos de los astrónomos queer».

En vísperas de su lanzamiento, todo apunta a que esta misión está destinada a hacer historia en el espacio. Aunque, aquí en la Tierra, su viaje empieza dejando un oscuro rastro de polémica.

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