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Sin vacuna para la pobreza

La covid ha hecho estragos en los barrios obreros. Muchos trabajadores han cargado, por primera vez en su vida, el carrito en las llamadas ‘colas del hambre’, pero desde el tercer sector coinciden en que esto es solo el comienzo. El horizonte pospandémico se avecina complicado.

Colas para el reparto de alimentos en el estadio de Mestalla. f.calabuig

Tragar saliva, coger el carrito de tela, y caminar hasta la cola del reparto de alimentos porque no hay dinero para comer y pagar el alquiler. La covid ha provocado que muchos trabajadores precarios se hayan visto en esta situación por primera vez en su vida. Distintas organizaciones del tercer sector aseguran que cada semana llega gente nueva a sus puertas, y desde Cruz Roja alertan de un alarmante crecimiento del pesimismo. El 62 % de sus usuarios creen que todo va a ir a peor. En 2010, epicentro de la crisis financiera, eran el 26 %. El horizonte pospandémico se avecina crudo, y preocupa tanto o más que dejar atrás al virus con la vacuna. Si en una frase coinciden las principales organizaciones sociales de reparto de alimentos es en la siguiente: «Esto no ha hecho más que empezar».

Casi 118.000 valencianos han caído a las bolsas de pobreza como consecuencia de la covid y el índice de Gini, que mide la desigualdad de ingresos entre ciudadanos, ha crecido un 4 % este año, según estima Oxfam Intermón en su último informe. El 40 % de las personas atendidas por Cruz Roja son nuevas, Casa Caridad dice que son el doble y Cáritas estima también una enorme subida. En la Coordinadora Solidaria València, que tiene varios comedores sociales en la ciudad, las listas de espera no paran de crecer. Ese daño ya está hecho. Ahora, todas la asociaciones claman por lo mismo, volver a poner en marcha la economía para que el horizonte pospándémico sea un poco menos negro. «Esto no acaba cuando estemos todos vacunados, la crisis va a tener mucho más recorrido», apunta Aurora Aranda, secretaria general de Cáritas en València.

La pobreza tiene cara de mujer, de empleada doméstica, de migrante que se gana la vida en la economía sumergida, de trabajador precario a media jornada que vive al día, y de joven sin futuro. «Llueve sobre mojado. Muchos hogares que se vieron golpeados por la crisis de 2008 resistieron con sus pequeños ahorros, pero ahora ese colchón no existe. Esto refleja que España no ha hecho los deberes desde la anterior crisis, porque ha basado la recuperación en la devaluación salarial, y ahora se ven las consecuencias», apunta Íñigo Macías, investigador y coautor del último informe de Oxfam Intermón, El virus de la desigualdad.

Esta no es una crisis normal, al menos si la comparamos con el derrumbe financiero del año 2008 y sus consecuencias. «En 2008 el aumento fue progresivo en el tiempo, de varios años, pero en esta el salto ha sido tremendo», cuenta Aranda. Además, según Guadalupe Ferrer, directora de Casa Caridad, la covid ha supuesto un reto par alas asociaciones de beneficiencia. «En 2008 podíamos atender a 600 personas en nuestro comedor, con las puertas abiertas en todo momento, pero ahora con las medidas sanitarias hemos tenido que reconvertir todo al reparto a domicilio», apunta.

El trabajo de cuidados y la hostelería, los nuevos castigados

En la primera ola se cerraron las puertas de las casas, en las siguientes se bajaron las persianas de los bares. No es casualidad que las asociaciones benéficas lo hayan notado en sus servicios. Aurora Aranda apunta en esa dirección: «Las mujeres que trabajaban en el empleo doméstico han sido supergolpeadas. Cuando el confinamiento se pone en marcha, lo primero que se cerró fueron las viviendas, y ellas se vieron sin ingresos de golpe. Muchas todavía no se han recuperado». Como novedad, Aranda explica que cada vez llegan más trabajadores de hostelería a Cáritas. «En esta última temporada también hemos detectado un aumento de gente de la hostelería. Antes ese no era el perfil mayoritario que atendíamos, de hecho casi no venían, pero son personas que antes de la crisis estaban sobreviviendo con trabajos inseguros y ahora se han quedado sin nada y encima tienen muy complicado el retorno a sus trabajos, al menos temporalmente», explica.

Si en algo se diferencia esta crisis con la anterior es en el estado de ánimo de los ciudadanos. «Estamos muy preocupados por el pesimismo, porque este significa desafección, desánimo y que la gente se quede paralizada y deje de luchar», confesó Toni Bruel, coordinador general de Cruz Roja en España, durante la presentación esta semana de los resultados del plan Responde, el mayor despliegue de medios de la entidad en toda su historia para hacer frente de las consecuencias económicas de la pandemia. Seis de cada diez personas atendidas creen que todo va a ir a peor.

Arancha Vivó, trabajadora social de El Puchero Portuario, lo ve cada día entre sus usuarios. «La mayoría es consciente de que esto no se va a acabar ni en un año ni en dos y que vienen tiempos muy duros. Se preparan para ‘aguantar’ como sea», explica.

Hay consenso en que la covid nos ha dejado una sociedad más pobre y más desigual, y el futuro no se avecina esperanzador. La cuestión ahora es cómo reconstruir para evitar daños críticos en tres colectivos que, según Oxfam, serán los más afectados: los jóvenes, las mujeres, y los migrantes. «Las mujeres siguen sufriendo más precariedad laboral, representan la mayoría de personas subempleadas, a tiempo parcial y con contratos temporales. Los jóvenes también sufren una precariedad laboral brutal, con sueldos muy bajos y condiciones peores. Después, muchos migrantes han trabajado en la economía sumergida en condiciones pésimas y a la vez se les ha considerado ‘esenciales», defiende Macías. «Hablamos mucho de crecimiento económico pero no de cómo queremos crecer. No podemos salir otra vez de una crisis gracias a la precariedad laboral. La recuperación se debe fundamentar en empleo digno y cambiar el modelo productivo», señala.

Pero parece que hay algunos grupos que no entran dentro de los planes para la recuperación. Para Macías, «el Gobierno debería haber hecho una regularización masiva de personas migrantes, como varios países de nuestro entorno». «La pandemia ha sacado a relucir todos los trabajos esenciales, como las personas que cuidaban a nuestros ancianos o los temporeros que mantenían los supermercados llenos, y resulta que muchas de esas personas son personas que están en situación irregular, sin acceso a ayudas y hemos decidido dejarlas atrás», insiste.

Otro de los grupos prioritarios para el investigador y que corre el riesgo de quedarse atrás son los jóvenes. «O utilizamos la oportunidad que tenemos ahora, con la ayuda de los fondos europeos para repensar el cómo tenemos que salir de la crisis, o podemos dejar a la juventud sin futuro, porque no puede depender del turismo. ¿El futuro de los jóvenes es trabajar en la restauración 6 meses al año? Tenemos que ser capaces de ofrecer alternativas para que no se queden atrás».

Cuidadoras, jóvenes y trabajadores inestables corren el riesgo de desengancharse durante la pospandemia para caer en unas bolsas de pobreza cada vez más grandes que cimenten una sociedad cada día más inestable y desigual. Muchos ya están en las colas del hambre que han aflorado en esta pandemia. Las asociaciones del tercer sector avecinan un horizonte complicado, y la pelota está en el tejado del estado, que debe decidir el horizonte de la recuperación económica.

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