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Los abrazos perdidos en las residencias

Pese a la vacuna, los centros de mayores siguen con fuertes restricciones y sin poder retomar el contacto humano entre residentes, familiares y trabajadores, al anteponer el control sanitario al factor emocional.

Residentes en uno de los espacios comunes del centro de mayores Montesol de l’Eliana. GERMÁN CABALLERO

Es sin lugar a dudas el colectivo más castigado por la pandemia, no sólo por las más de 2.000 vidas humanas que se han perdido en las residencias de mayores de la Comunitat Valenciana, sino también por el estricto aislamiento al que han sido sometidos y todavía, pese a la vacuna, deben cumplir hasta que la nueva normativa rebaje las restricciones. Ahora, un año después de que saltaran todas las alarmas tras detectar los primeros contagios de residentes en un centro de Torrent, las residencias miran el futuro más inmediato con optimismo esperando recuperar cuanto antes todos esos abrazos perdidos de sus seres queridos.

«El hecho de estar vacunados nos da más tranquilidad, pero seguimos manteniendo las mismas medidas de seguridad como marcan los protocolos que están todavía vigentes», explica Cristina Medina, trabajadora social de la residencia Santa Elena de Torrent, donde el letal virus entró hace un año dejando una treintena de víctimas mortales —en el recuerdo de todos ellos— y que destaca la fortaleza ante la adversidad demostrada por los residentes. «La vacuna ha sido como la luz que ves al final del túnel», confiesa la directora del centro, Ana Santos, quien añade que para los ancianos «lo más importante es poder volver a ver a sus familiares como lo hacían antes, abrazarlos, recuperar el contacto humano».

Pero ese contacto físico parece que tendrá que esperar, al menos hasta que la Conselleria de Sanidad establezca un protocolo nuevo post-vacuna en los centros de mayores, algunos de los cuales ya llevan inmunizados mes y medio tras recibir la segunda dosis de Pfizer, pero cuyas prohibiciones siguen siendo especialmente duras, anteponiendo la prevención sanitaria a la afectividad tan necesaria para estas personas, ya que «para algunos puede ser su último año de vida y negarles la posibilidad de abrazar a un hijo, cuando ya están vacunados y con las debidas medidas de higiene, no es humano», remarca José María Toro, presidente de la patronal de las residencias Aerte. «Se ha impuesto la visión sanitaria a la social, pero a los mayores hay que darles calidad de vida y necesitan recuperar el factor emocional».

Mari Luz, de 92 años, toca por primera vez en meses a su hija, separadas por una mampara. GERMÁN CABALLERO

Es sin lugar a dudas el colectivo más castigado por la pandemia, no sólo por las más de 2.000 vidas humanas que se han perdido en las residencias de mayores de la Comunitat Valenciana, sino también por el estricto aislamiento al que han sido sometidos y todavía, pese a la vacuna, deben cumplir hasta que la nueva normativa rebaje las restricciones. Ahora, un año después de que saltaran todas las alarmas tras detectar los primeros contagios de residentes en un centro de Torrent, las residencias miran el futuro más inmediato con optimismo esperando recuperar cuanto antes todos esos abrazos perdidos de sus seres queridos.

«El hecho de estar vacunados nos da más tranquilidad, pero seguimos manteniendo las mismas medidas de seguridad como marcan los protocolos que están todavía vigentes», explica Cristina Medina, trabajadora social de la residencia Santa Elena de Torrent, donde el letal virus entró hace un año dejando una treintena de víctimas mortales —en el recuerdo de todos ellos— y que destaca la fortaleza ante la adversidad demostrada por los residentes. «La vacuna ha sido como la luz que ves al final del túnel», confiesa la directora del centro, Ana Santos, quien añade que para los ancianos «lo más importante es poder volver a ver a sus familiares como lo hacían antes, abrazarlos, recuperar el contacto humano».

Pero ese contacto físico parece que tendrá que esperar, al menos hasta que la Conselleria de Sanidad establezca un protocolo nuevo post-vacuna en los centros de mayores, algunos de los cuales ya llevan inmunizados mes y medio tras recibir la segunda dosis de Pfizer, pero cuyas prohibiciones siguen siendo especialmente duras, anteponiendo la prevención sanitaria a la afectividad tan necesaria para estas personas, ya que «para algunos puede ser su último año de vida y negarles la posibilidad de abrazar a un hijo, cuando ya están vacunados y con las debidas medidas de higiene, no es humano», remarca José María Toro, presidente de la patronal de las residencias Aerte. «Se ha impuesto la visión sanitaria a la social, pero a los mayores hay que darles calidad de vida y necesitan recuperar el factor emocional».

Aunque se permiten las visitas de familiares en el centro y las salidas (dependiendo de la incidencia acumulada del municipio en el que se encuentre cada residencia), la covid ha cambiado por completo cómo se producen estos encuentros. Mari Luz recuerda con nostalgia, como si hubiera pasado una década, cómo iba a ver a su madre, de 92 años, todos los días a la residencia Montesol de l’Eliana, «estábamos acostumbrados a darle de cenar todos los días, para mí fue muy duro cuando el lunes 9 de marzo —me acuerdo perfectamente— nos llamaron y dijeron que al día siguiente ya no podíamos ir porque habían prohibido las visitas». Hoy se tiene que conformar con hablar con su madre a través de una fría mampara y tocar ligeramente su mano para que la sienta cerca. «En cierto modo no es consciente de lo que pasa, cree que llevamos mascarilla porque está de moda», indica. Como ella, muchos residentes tienen una capacidad cognitiva deteriorada por la edad que dificulta precisamente el cumplimiento de la normativa en materia de seguridad.

Paco Zapata, de 91 años, saldrá este fin de semana por primera vez para irse a pasar el día con su hija a la Pobla de Vallbona. «Tengo ganas de abrazarlos, las únicas salidas que he hecho han sido al hospital para revisiones», apunta el anciano que ingresó en el centro de mayores el pasado mes de septiembre tras sufrir la amputación de una pierna. «Por marzo tenían que operarme de la rodilla, pero estaba todo parado y ahora tengo que ir con andador y no me puedo valer por mí mismo, eso es lo que me ha dejado de ganancia la covid», lamenta.

Para los trabajadores de las residencias este año de pandemia ha marcado su forma de relacionarse también con los residentes, en dos aspectos básicamente, según explica Raquel, auxiliar de enfermería de Montesol, por un lado con las medidas de higiene, que obviamente se van a seguir manteniendo, como el uso de dos pares de guantes, uno siempre puesto y otro para cada vez que se atiende a un anciano. O los grupos burbuja ante posibles contagios, que ya se han suprimido en esta residencia de l’Eliana, que ha tenido la suerte de no tener ni un solo positivo a lo largo de estos meses. El otro aspecto que ha cambiado por completo es el afectivo. «Les damos besos de lejos pero no es lo mismo, ellos lo notan y te dicen: ‘Que ya no me quieres’», reconoce Raquel.

Aunque todavía cueste ver algún aspecto positivo a la pandemia, la situación crítica que se ha vivido en los centros de mayores ha dejado una serie de lecciones aprendidas que una vez superada la crisis sanitaria deben servir para corregir los problemas que arrastraba el sector de la dependencia especialmente en la Comunitat Valenciana, con una proporción de 2,91 plazas por cada cien personas mayores de 65 años, muy por debajo de las cinco que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un informe del Ministerio de Inclusión Social apunta entre otras deficiencias a corregir la falta de personal sanitario en los centros y la ausencia de planes de contingencia.

La fiscal coordinadora de lo Civil, Ana Lanuza, asegura que tras la vacuna, que según las últimas cifras de contagios está siendo altamente eficaz, siguen vigilando para que se cumplan las normas y asegurarse de que los mayores están bien. Así puntualiza que no hay que demonizar la actuación de las residencias que han tenido la mala suerte de contagiarse y sufrir brotes importantes.

Para poder prevenir nuevos rebrotes del virus en los centros y comprobar la situación real de la inmunización en cada centro, la Asociación Empresarial de Residencias y Servicios a Personas Dependientes (Aerte) considera que se deberían hacer pruebas serológicas de manera periódica en las residencias. Aprender de los errores para que la historia no se repita.

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