Arráez presenta sus 'canallas' más elegantes

Bodegas Arráez estrena nueva imagen para su línea de vinos canallas, que ahora se presentan en una elegante botella troncocónica que enfatiza la percepción de calidad.

Toni Arráez durante la presentación de los vinos.

Toni Arráez durante la presentación de los vinos. / Urban

Vicente Morcillo

Vicente Morcillo

Reconozco que con algunas bodegas valencianas siento cierta predilección, y no solo por sus vinos. Son ya muchos años en ésto de la comunicación del vino y he tenido la fortuna de compartir con bodegueros y enólogos cómo han ido evolucionando en el sector, en los buenos y en los malos momentos. Con Toni Arráez no he dejado de sorprenderme desde que lo conocí poco antes del lanzamiento del Mala Vida, por allá por 2009. Lo conocí gracias a mi hermano pequeño, Diego, con quien estudió enología en Requena. Había estado trabajando en algunas bodegas por el norte de España (como hacían y siguen haciendo muchos jóvenes enólogos valencianos), pero decidió volver a casa. Su familia dirigía la bodega que había fundado su abuelo en 1950 y su padre, Antonio, empezaba ya a pensar en el ‘relevo generacional’. “Mi padre me dice que esto no tiene mucho futuro, que se van muriendo los clientes y las nuevas generaciones no beben vino, pero yo creo que se equivoca, que podemos darle la vuelta a esto”, me decía entonces.

Con algunos amigos se puso a desarrollar el vino que lo cambió todo, Mala Vida. La diseñadora Francesca Della Croce trabajó sobre un diseño que les sirviese para ser diferentes al resto, y Toni preparó un tinto plurivarietal, amable y con la calidad suficiente para que gustase a los “muy entendidos” y a los que no solían tomar vino. La imagen transgresora del Mala Vida le sirvió para abrirse puertas allí donde los vinos de imagen más clásica y convencional no conseguían entrar. Conquistó restaurantes de barrios de ambiente más joven, y los que empezaban a autodenominarse ‘foodies’ abrazaron la llegada de un vino de espíritu ‘canalla’.

Ahí empezó todo. Toni construyó alrededor del concepto canalla de ‘Mala Vida’ una marca sólida con la que introdujo cervezas y otra serie de productos, y aprovechó el tirón para incluir otras etiquetas con el mismo espíritu pero de zonas diferentes como Jumilla (Vivir sin Dormir), Requena (Vividor) o Alicante (Bala Perdida), configurando así una línea de vinos en las que también ponía en valor su trabajo como enólogo con variedades típicas valencianas como las Monastrell, Bobal o Alicante Bouschet. La bodega familiar entró en linea ascendente, los pedidos aumentaban y la plantilla se rejuvenecía a la vez que se ampliaba el equipo. Los bancos pasaron de no recibirle a ofrecerle financiación para seguir creciendo, y los grandes jefes de compra lo llamaban para incorporar sus vinos en los lineales.

El éxito de Mala Vida y sus vinos ‘canallas’ no ha hecho que Toni despegase los pies del suelo, más bien al contrario. Ha seguido ayudando a quien lo necesitaba, implicándose en proyectos como el de la cerveza artesana La Socarrada o el de Daniel Belda; trabajando su vertiente más ‘enológica’ con vinos como la colección Los Arráez, en los que reivindica el valor de las variedades autóctonas de Terres dels Alforins; mostrando su lado más solidario con iniciativas como Raras, un vino cuyos beneficios se destinan a la Federación Española de Enfermedades Raras; apostando de manera valiente por ideas tan irreverentes como el techno-vino Hu-Ha o apostando por el territorio con la construcción de una nueva bodega sostenible, eficiente y mimetizada con el paisaje.

Nueva imagen de los vinos 'canallas' de Toni Arráez.

Nueva imagen de los vinos 'canallas' de Toni Arráez. / Urban

Ahora, Arráez estrena un ‘restyling’ de la gama de vinos Canallas en la que las cinco referencias (Mala Vida en su versión tinto y blanco, Bala Perdida, Vividor y Vivir sin Dormir) se presentan con una botella troncocónica más elegante y esbelta que aumenta la percepción de calidad. Los vinos son también la constatación del compromiso de Toni por las variedades de uva que dibujan el paisaje enológico del arco mediterráneo y con coupages únicos como el del Mala Vida blanco, que aúna tres varietales tan valencianos como Moscatel, Merseguera y Verdil.

Han pasado casi quince años desde que nació Mala Vida, un proyecto que parecía una moda pasajera pero que se ha consolidado como el vino que más ha influido en que se rejuvenezca la edad media del consumidor de vinos, porque, aunque Arráez nunca lo ha confesado, el objetivo era, sobre todo, evitar que se cumpliese el presagio de su padre cuando volvió a casa.