Así viví la gala en La 1 de los Goya de este año. De más a menos. En + Gente fueron calentando la alfombra roja con posado y charlado de actores, actrices y directores con María Avizanda, que los despachaba como se despacha a un enfermo en la consulta se la Seguridad Social disminuida de recursos, rápido, que hay cola. Luego, el Telediario, volvió a conectar con el vestíbulo del Palacio de Congresos, y Juan Ignacio Wert, el ministro de Cultura, habló de la fortaleza de nuestro cine, aunque intuí que con forzada convicción, sin mucho ánimo, quizá escondiendo en su cabeza alguna nueva ocurrencia, de las muchas que ha ido eyectando en su mandato. Con estas conexiones se logró lo que se pretendía, vender la burra, animar, enganchar a la audiencia. Aunque sólo fuese por comparar, había que ver a Eva Hache en el trono de Buenafuente y la Sardá.

No lo olvidemos. Una gala de cine emitida en televisión tiene que ser más televisión que cine. Empezó fuerte la noche. Buen número musical, excelente monólogo de la presentadora, con chispazos de actualidad y soltura con los nominados de renombre. Pero la pólvora se quemó en el primer castillo.

Hay que destacar algunas intervenciones. Estupendo Santiago Segura. Y María León, actriz revelación, y Ana Wagener como mejor actriz de reparto por la misma película, que reivindicó la dignidad de la gente que aún tiene La voz dormida y cuya recuperación en este tiempo de locas sentencias tantas piedras sigue encontrando en el camino. La gala duró muchas horas, demasiadas. Eva Hache, el hilo de la noche, estuvo correcta, a veces brillante, pero en su estilo, un poco estirada y gélida. Y sin traca ?nal. Ya digo, de más a menos. Un espumoso cabezón.