Grand Slam, Cifras y letras, Gafapastas, Saber y ganar, Avanti... El currículum televisivo del poeta malagueño afincado en Barcelona David Leo García es abrumador. Al cierre de esta edición se enfrentaba a su mayor reto: Pasapalabra, el programa más popular y seguido de todos en los que ha participado y también, claro, el de mayor recompensa económica „el bote del rosco supera los 1.200.000 euros„. «Me gustan mucho los concursos de la televisión. Sirven para darme vidilla y, claro, también dinero», suele comentar el escritor cuando le preguntan por su afición catódica. Acaba de superar los 30 programas del espacio que presenta de lunes a viernes Christian Gálvez en Telecinco.

Lo de usted con los concursos televisivos qué es exactamente: ¿afición u obsesión?

Algo de ambas hay, claro, y el gusto de buscar nuevos retos. Y el que planteaba Pasapalabra, aspirar a convertirse en una mezcla de Martín de Riquer y Usain Bolt, me parece particularmente atractivo.

¿Cree que su perfil televisivo, su participación en concursos catódicos, mina su cartel como escritor, la percepción que se tiene en el mundillo literario de su obra?

No lo sé, hace varios años que no me preocupa demasiado (más allá de algún comentario entusiasta o constructivamente crítico) lo que puedan pensar de lo que escribo. En cualquier caso, me parecería una opinión un poco cretina.

Mucha gente se lo preguntará: ¿se «pican» los superconcursantes como usted y Jero, que también saltó de «Saber y ganar» a «Pasapalabra»?

No he tenido la oportunidad de coincidir con el crack que menciona, y verme en la misma oración que él me da algo de pudor. Sí he compartido focos con otros grandes como Rafa Castaño, Manolo Romero o Miguel Ángel Gómez, y claro que hay rivalidad, pero de la sana.

¿Cómo es su entrenamiento para afrontar un concurso como «Pasapalabra»?

Extenuante, pero muy enriquecedor. Tres años de aprendizaje extensivo y cinco meses intensivos sobre el diccionario de la RAE y sobre nombres propios artísticos, científicos, históricos, geográficos y deportivos.

¿Cuál es su relación con las palabras? ¿Son una fuente de placer o también de cierto tormento?

Precisamente de eso trata, a grandes rasgos, el libro de poemas que tengo a medias: de cómo el lenguaje participa de las dos condiciones a la vez («alianza y condena», como escribía Claudio Rodríguez). Por supuesto que las horas de estudio han sido una fuente de placer y de descubrimiento continuo, pero también una imposibilidad de desconectar, dado que el pensamiento se conforma de ese mismo lenguaje y las palabras acaban revoloteando sobre mi cabeza como aves rapaces.

Supongo que salir en un concurso tan popular como Pasapalabra le habrá hecho el más popular del barrio.

La mayoría de encuentros son dulces. Luego hay otros más invasivos, pero los intento sobrellevar con educación. Entiendo que es algo que va con el puesto, que ni me molesta ni me hace excesiva ilusión. Lo mejor ha sido retomar el contacto con gente de antiguos episodios de tu vida que, a raíz de la participación, te escribe o llama y te pone al día. La televisión es poderosa.

Los que le seguimos casi diariamente sabemos que la prueba musical no es su fuerte, por decirlo finamente. ¿Cómo lo lleva?

Con resignación [risas]. Yo de pequeño quería ser cantante pero, como diría Cernuda, «están en desacuerdo realidad y deseo».