La verdad es que lo tiene todo: el vestuario es para morirse del susto, incluyendo las camisas con el cuello levantado o las cadenitas de plata. Las botas son para meterles en la cárcel. La coreografía es para suicidarse. La letra es, como diría Jordi Cruz, bobainas. La orquesta desafina... todo se conjuga para que no pocos eurovisivos consideren a «Diggi-loo diggi-ley» como la peor ganadora de la historia del festival. Y los hay que van más lejos: que es la peor canción de la historia del festival.

Una vez dicho esto, si la escuchan dos veces, ya verán como no se la pueden quitar de la cabeza. Es pegadiza como ella sola. Y lo que es mejor: es una canción que, aunque anticuada ya en su momento, la han hecho envejecer bien en su propio absurdo. Tanto, que en Suecia sigue siendo un sonsonete admirado.

Los hermanos mormones Herrey ya son cincuentones y han pasado de rubios repeinados a cada vez más alopécicos. Pero aparecen en televisión con asiduidad y siguen siendo capaces de repetir la coreografía de giros sin descoyuntarse, algo que, a esas edades, sólo creíamos al alcance de Vicente Ramírez.

Recientemente actuaron en la fiesta de celebración del 60 aniversario del festival, mientras que en la gala del cincuentenario ni se les nombró por obvias razones de salud pública. Motivos todos ellos, pues, para recordar la cancioncita en cuestión con una sonrisa y reconocerle sus méritos: desde 1984 han actuado tantas basuras, que ésta parece hasta buena.

Contempla la actuación de Herreys

Y no te los pierdas aquí, en 2012, con el mismo vestuario