Que Telecinco ha vuelto a dar en el clavo, a la vista y al oído está. Sí, sí, como empresa, a sus pies, señora. Lo más cutre, lo más casposo, lo más increíble se le ocurre a esa factoría. ¿Usted contrataría a alguien que no sabe hacer la o con un canuto, que en vez de aprovechar las oportunidades de haber crecido en una familia acomodada para estudiar fuera, aprender idiomas, conocer otras culturas, dedicó su infancia, adolescencia y juventud a holgazanear a costa de la mamá y buscar macho cuanto antes en las discotecas porque su coco no da para otra cosa? Pues depende.

Con ese perfil, sea chica o chico, esa criatura quizá sea una extraordinaria pastora, un avezado peón agricultor, un excelente limpiador de escaleras. Pero como aquí hablamos de la tele, y Telecinco es tele, Telecinco se pasa por el omoplato lo que tengamos que decirle sobre su política de contrataciones. Fíjense lo que se dijo cuando contrató como una diosa a Belén Esteban y lo que ha hecho de ella. Esta señora era cajera en una tienda, una burra de libro (no por ser cajera, oiga, que hay cajeras que te citan a Platón mientras te dan el papel con la cuenta), una anónima chica de barrio, pero hoy sale a la calle y forma tumultos, y hasta se codea con diseñadores de vanguardia como David Delfín. Qué me dicen.

La verdad es que, excepto algunas excepciones, la conca de Sálvame es toda ella una demostración de que en Telecinco te sacan del paro no por tus carreras universitarias ni por tus aportaciones a la medicina, sino... Bueno, por lo que sea, pero lo cierto es que el currículo de Raquel Bollo es para troncharse. Y el de la penca Rosa Benito, catapultada al universo de las maris más chabacanas y quizá por ello más adoradas, creo que ni existe. Es decir, la política de la empresa es premiar la ignorancia para hacer caja. Gente corriente que desde el sofá de casa se reconoce en gente corriente que ha llegado a lo más alto de un escalafón patético, pero no para millones de personas que ven en estos referentes sociales ejemplos, faros, nortes, guías para imitar y seguir como se sigue a un santo, a la providencia.

Por eso la irrupción en tromba de la hija de Isabel Pantoja, Isabel Pantoja Martín, bautizada como Isabel II en las cocinas que regenta Jorge Javier Vázquez, ha vuelto a revolucionar a los exquisitos, pedantes y remilgados, que no entienden nada de nada. Sin embargo, para el pueblo llano, para millones de espectadores, y hay que especificar, espectadoras, la contratación de esta burra pantojil es lo normal porque no ven nada raro en ese tocomocho. No hablo de oídas. He tenido la brava decisión de ver una entrega, al menos una entrega, de Yo soy Isa, una sección de Cazamariposas donde la estulta señorita despliega su talento. Y se te caen las bragas. Literal.

Apenas se entiende lo que dice (hecho que al final es una ventaja porque te relajas y sólo miras para partirte los ovarios), demuestra una simpleza entre infantil y tarada, y tiene, como buena estúpida y mediocre, un alto concepto de sí misma al asegurar que lo que más desea es que la gente la conozca de verdad, que conozca su fondo, y que tiene claro que se tomará en serio lo de la moda y las tendencias porque, atención, piensa estudiar «un módulo». Los de la productora y los jefes de Telecinco se estarán rulando con ella, dándose unos a otros la enhorabuena por haber conseguido una pieza tan necia como atractiva. Tienen entre sus manos a una perla viva, es decir, bruta e ignorante, perfecta para iniciar su carrera en Telecinco. Al tiempo.