Ya hubiera querido firmar un artículo de opinión tan rotundo y poderoso como firmó lo que pensaba de aquello el burro que llevaron a Telecinco para hacer sus gracias. Puso la pata en el plató y zas, se cagó. Echó una plasta morrocotuda, sin fisuras, sin andarse por las ramas, sin medias tintas. Echó una mierda así de grande. Burro listo. Uno lleva años dándole vuelta a las palabras para hablar de Telecinco, cuya programación es la misma sea la hora que sea, sea el día que sea, sea la semana que sea. No cambia. Todo pivota sobre la misma idea. Estrene lo que estrene, se llame como se llame, el programa es el mismo de siempre. Por ejemplo, terminó Gran Hermano VIP, pero apenas le quitaron el maquillaje a la ganadora y sin ventilar la cloaca donde convivieron, la cadena ya tenía lista otra yeguada para enviarla a la isla de los Supervivientes.

Sé que hace nada terminó esa patochada, y que hubo un ganador - ni me molesto en ver su cara, en saber su nombre, en conocer su hazaña, en averiguar quién puede ser -, y que la cadena barrió en audiencia, y que esa audiencia tiene mono porque al quedarse sin la dosis de alto veneno es capaz de cualquier cosa, incluso de ver otra cadena o, peor aún, apagar la tele durante el verano. Telecinco no lo permitiría. Muerta la mierda gorda de los robinsones de pacotilla, repuesto idéntico estiércol. Se llama Pasaporte a la isla.

10 concursantes que sólo conocen los muy fieles de la factoría de mojones compiten por concursar en la próxima edición de Supervivientes encerrados en una casa. Es el premio. En vez de Jorgeja o La Merche, Jordi González es el presentador. El burro que se cagó en el plató de ¡Vaya fauna! hizo la crítica más certera, la que uno siempre soñó.