Lo tengo claro. Si hoy en día decimos «sinvergüenzas», la gente piensa en un tipo de ellos, en los políticos. Razones hay. No hay día que no salga uno nuevo. Mariano Rajoy, el león que lucha con una ferocidad jamás conocida contra la corrupción y la sinvergonzonería, tal como decía en el Congreso, cree que la culpa de que la gente tenga esa opinión no es del sinvergüenza que comete tropelías sino de quien las publica por si al sinvergüenza le da vergüenza, lo reconoce, es juzgado y, de camino, deja el cargo. ¿Ven? Decir Rajoy, como todo el mundo sabe, es decir el enemigo número uno de los corruptos.

En el PP tiemblan como ciervos en cuanto habla. Pero lo siento, presidente, hoy no le voy a dar la razón. En este rincón no se va a hablar de sinvergüenzas al uso. Hablemos de otro sinvergüenza, hablemos de Santi Millán. Además de El chiringuito de Pepe en Telecinco y de colaborar con la competencia en El hormiguero, el tío, un sinvergüenza de tomo y lomo, hace un programa para Neox en el que, con un pinganillo y desde una furgoneta, dirige, ayudado por Javi Sancho, a los aspirantes al grupo selecto, al de los sinvergüenzas.

Así se llama el programa, Sinvergüenzas. ¿Tienen que robar a las arcas de sus ayuntamientos, aceptar sobornos, pagar con dinero público viajes para polvos privados, hacer obras en las sedes de sus partidos con dinero negro procedente de comisiones? No, lo siento, presidente, estos sinvergüenzas son unos pardillos. Organizan entuertos en la calle implicando a gente con cámara oculta y, divirtiéndose, nos divierten. Entre los aspirantes a sinvergüenza, el alicantino Enzo Vizcaíno. Sinvergüenzas así sí quiero a mi lado.