Acabo de llegar a casa después de un par de semanas en el hotel Prado Real, en Soto del Real, donde se ha celebrado la segunda edición de su festival de webseries. Aunque a los habitantes del pueblo madrileño les molesta, y mucho, aloja la cárcel de referencia de Madrid. Allí pasa sus días lo más granado -vaya, don Francisco- de la delincuencia política y financiera del país. Durante los días del festival sacaba tiempo para salir a andar, al trote, a paso rápido, y lo hacía por un camino paralelo a la autovía preparado para ciclistas y caminantes que discurre por campos de pastos, ganaderías, embalses, y la sierra de Guadarrama, un gran friso ahora pelado. Cada día, en mi recorrido, al otro lado de la autovía, a unos kilómetros de Soto hacia Madrid, veía la torre de hormigón, en mitad de las sementeras agotadas por el sol, de la famosa cárcel.

El jueves Espejo público recordó que Mario Conde -con chanchullos financieros en Intereconomía, la tele del torito, según el portal Fórmula TV- podría salir de la trena si paga 300.000 euros de fianza. Ya tiene avalista, Jaime Alonso, vicepresidente de la Fundación Francisco Franco, que pone cuatro fincas suyas para hacer frente a la cantidad que requiere el juez Santiago Pedraz. Mientras desarrollan la noticia pasan imágenes de archivo del ex banquero -en el trullo, junto a otras estrellas del PP, por repatriar 13 millones del saqueo de Banesto-. Sale de su domicilio con esa forma suya de caminar, andando con la cabeza agachada, como preparada para embestir aunque dé la sensación, errónea, de humildad. Su altiva soberbia no conoce el límite. Al pasar cerca de la cárcel y pensar en esta banda me sentía feliz siendo un don nadie.