Acabó Isabel. Han sido tres temporadas de éxitos indiscutibles. Éxito de audiencia y éxito de reconocimientos. La historia de la reina de Castilla recorre la segunda mitad del siglo XV, una época complicada, mucho más para resumirla en una serie para la tele, que aunque haya detener como guía el hecho histórico no puede perder el norte del entretenimiento. Isabel lo ha conseguido con creces.

Algunos colegas de la crítica se ponen tiquismiquis con la producción nacional, como si alabar algunos productos les partiera un poquito el cuello, siempre altivo, estirado, sólo adiestrado para rendirse a las series norteamericanas. No entro en ese estúpido juego. Isabel ha sido una gran serie, una serie grandiosa. Un ejemplo a seguir para la televisión pública, que ha de apostar por esta línea.

El lunes, al finalizar el último capítulo, La 1 emitió un especial. Se agradece ver y escuchar a los actores caracterizados de sus personajes hablando de su trabajo, contando anécdotas, enseñándonos la fascinación de lo que hasta ahora no habíamos visto ni queríamos ver, claro. Vimos la trastienda de los decorados, vimos el jardín de focos, cables, y gente al otro lado de las cámaras y las jirafas de sonido, la minuciosidad de los suntuosos vestidos, la maravilla, la magia, la grandeza de un rodaje que empezó fuerte y ha acabado apoteósico.

Jordi Frades ha dirigido una historia apasionante contando con un equipo artístico de primera, sobre todo en los personajes secundarios. Otro personaje a destacar es la música, que ha firmado Federico Jusid, llenando de épica y lirismo escenas de una belleza sin paliativos. Este es el camino.