Viendo el programa me pregunté lo mismo que me pregunté sin verlo. Viendo el lunes el estreno en La 2 de Alaska y Segura me pregunté lo mismo que me pregunté antes de ver el programa. Me pregunté qué coño pinta Santiago Segura en Alaska y Segura, el programa de madrugada de La 2. Lo malo no es eso. A quién le importa lo que yo me pregunte. Lo malo, lo peor es que viendo el estreno tuve algo más que una sensación.

Lo malo es que el mismísimo Santiago Segura parecía preguntarse qué pinto yo aquí. Estaba, lo encontré, fuera de lugar. El señor Segura es fachada. Nunca me lo creo. No me creo que sea simpático, es más, creo que tiene una mala hostia del carajo, y creo que él mismo se pregunta por qué se espera de él que haga gracia. No la tiene, pero montó su rollo sobre un gran fingimiento. Sus gestos, repetidos como una muñeca automática -sonrisa congelada y dedo índice señalando a cámara-, son falsos y me sacan de quicio.

De nuevo fue Alaska la que sorprendió. Es la que domina y templa, la que lleva el guión. Por lo demás, Alaska y Segura es un buen programa para la televisión pública. Me gustó mucho la visita de Carmen Maura y me gustaron las cosas que dijo, una mujer que no quiere ser cínica y conforme cumple años, libre y controlado el ego, dice lo que le da la gana.

No me gustó nada la intervención de David Delfín porque no lo pillé. Me gustó mucho la actuación de Carlos Jean y Najwa Nimri. No me gustó la tertulia sobre los Oscar, una reunión de egos casi ordinarios, aunque me gustó mucho Jordi Costa, inteligente y sereno.