Salió tan fuerte como entró. Salió maqueado, crecido, parlanchín, dicharachero, nada de chándal y camiseta a juego, sin tatuajes en la muñeca recordando a un amor para toda la vida o a la madre que lo parió, pero Luis Bárcenas no sólo no reniega de su paso por el trullo sino que, con los cuatro dedos de la mano desplegados ante las cámaras, saludó a sus colegas del módulo cuatro, «gente que merece la pena».

Ante la cárcel de Soto del Real había un retén fijo de cámaras. La expectación era máxima. Programas, magacines, e informativos advertían de que si durante su emisión salía el hombre que para el PP nunca existió, lo contarían en directo. Así durante dos días. Y sus noches. La del jueves, en horario de máxima audiencia, salió. No parecía salir del talego un delincuente que afanó decenas de millones en un negocio del que, a manos llenas, todos parecían estar al tanto sino una cantante, un futbolista, un dios bajado del firmamento de la pantalla grande. No salió nada eso. Salió algo más. El puto amo. Y salió fuerte, como quería su ahora amnésico amigo Mariano Rajoy.

Fiel a sus fieles -que no tema el PP, dijo- logró el milagro de salir a la misma hora en que El Gran Wyoming celebraba su misa diaria, ese milagro de la televisión actual, en honor al dios humor. No podía ser menos. Se convirtió en el único programa que recogió su salida en directo. Mientes, bellaco. El Telediario de Ana Blanco también estaba allí. Es verdad, pero para volver a burlarse de la audiencia. En cuanto el hombre fantasma habló del PP y cajas B, zas, en toda la boca, lo cortaron. El puto amo está suelto. ¿Da miedito?