La ciudad, que ha casi duplicado su población en cuarenta años, sufre, como otros polos industriales, las heridas urbanas y anímicas de la crisis de las fábricas. Hay edificios nobles y graciosos, el castillo de pega está plantado en la plaza de la Iglesia (dedicada a Nuestra Señora de Belén), y ondean los gallardetes y los marcos coloristas de capitanes y favoritas del festejo; pero el dinero, cuando lo había, sin urbanismo ni conocimiento, es una máquina de devastación.

Visitamos el antiguo asilo (en restauración), y un paisano que me ve sacar fotos dice: «Ací ho asolen tot».

Todo no, hay una biblioteca dedicada a Enric Valor y una hermosa escuelita, de cuando la dictablanda de Primo de Rivera, reconvertida en oficina del catastro (por cierto, qué tiempos éstos en los que la escuela creada por un espadón puede ser más airosa que los barracones que levantan demócratas trincones enamorados de su propia almorrana).

Vuelvo al tema: cuando los moriscos fueron expulsados, Crevillent perdió las dos terceras partes de su población. No sólo su planta urbana era islámica: junto a la ermita del Ángel de la Guarda hay viviendas en cueva, aunque en la revuelta de las Germanías muchos moros fueran cristianados a la fuerza. Ahora casi el siete por ciento de la población es marroquí, del mismo modo que escucho el árabe en el zoco de Granada o hay pastores musulmanes en la estepa castellana. Todo vuelve.

La parte llana de Crevillent pertenece al sinus ilicitanus e incluye en su término una porción del Fondó d´Elx, depósito de riego naturalizado (la falta de agua es un problema severo). Pero al entrar en la ciudad, el terreno se eleva muy rápidamente. No es extraño que hubiera ocupación humana hace ya veinte mil años y que los hombres del Bronce, los iberos, los castellanos, los catalanes, buscaran en esas alturas el dominio de la plana de abajo.

El junco de los humedales y el esparto del secarral dieron pie a una industria de alfombras, que también es ocupación muy mora y que se fue ampliando, para casi disiparse después, lo mismo que otras industrias. Curiosamente, tuvo dos médicos ilustres: uno antiguo y moro (Muhammad al-Shafra), y otro moderno y cristiano: Mas Magro.

En la parte media de la ciudad se ha creado una zona de expansión con plazas duras, jardines y algún obelisco feo, pero las avenidas con palmeras son resultonas.

La singularidad de Crevillent fue conservar un rais moro cuando todas las ciudades eran ocupadas por colonos venidos del norte. A la salida de Crevillent hacia el norte, veo los nuevos emporios del pingo asiático que, en gigantescos contenedores de todo a cien, andan revueltos con viejos afanes.