Un lugar de privilegio, sí. Los pueblos también pueden describirse de acuerdo con su Registro de la Propiedad, que se lo pregunten a don Mariano. Y Rocafort es una de las grandes concentraciones de riqueza privada, mayor incluso que L´Eliana: se aparta hasta de la carretera general, levanta valla y reposa. El metro cuadrado no podía salir barato: el término sólo tiene 2,5 kilómetros cuadrados. Pero la fuerza gravitatoria de la capital (que, de algún modo, ató y condicionó a las vecinas Burjassot y Godella), para Rocafort fue una oportunidad de liberación por el solar. Valencia vuelve a abrazarla por el norte y el este con las pedanías de Massarrojos, Borbotó y Benifaraig.

Ni la industria ni la agricultura tienen mayor importancia (bueno, la segunda, sí: escénica), y aunque el nombre de la población remite a una roca altiva con funciones militares tirando a modestas, esas mismas colinas son un magnífico mirador sobre la huerta. Los primeros roquedos calizos que tiene Valencia por el norte ya se aprovecharon en el Eneolítico, con los iberos. O en la Valencia foral, pues se le sacaron todo el jugo para fabricar sitges (un silo es un pozo al revés), bastiones, torres y hasta el Micalet: nunca nadie hizo nada de más prestancia con tan poca carne.

Anoche cené en Ghadus y esta mañana paseo por las calles de Rocafort tras dejar el coche muy cerca de la Casa de la Cultura, en cuyo solar estuvo el palacio del Baró de Terrateig. Se conserva, por suerte, el jardín. Se conservan muchos jardines, alamedas, palmerales, setos y toda forma de verdura en todas partes, y hasta el magnífico templo de San Sebastián está emboscado entre pinos.

La estación del metro tiene unos robustos plátanos que han sido mutilados con ferocidad para que no estorben el tráfico ferroviario. Aun así, ellos siguen, poderosos. Como Villa Amparo, la casa que Antonio Machado, el poeta, ocupó año y medio, en plena guerra. Machado es el mejor poeta en lengua castellana en un siglo al menos, pero muy poco mundano. Le fascinaron la tierra roja y las acequias; claro, es lo mejor, aunque luego recuerdo que estuve aquí como invitado a la boda de un vedette catódica.

Hace mucho, acompañé a una amiga que quería afincarse aquí. Nos enseñaron una casa con una cueva, hay un karst debajo del catastro, con sus laberintos de caliza que el agua lacera y revela. Como mi cabeza creció entre la infinitud arrocera, estos escenarios parcelados, llenos de caminitos, bardas y consideraciones, me parecen otro laberinto: de regadío. Los pinos no son los de Roma: aunque los hay bien gordos y hermosos, la mayoría se retuercen como la teología barroca, había mucho que encajar. Los chalets más antiguos, si no se han arruinado, son los más hermosos, claro: Caperucita Roja, Villa Contat, Villa Carmela.

Vuelvo a Valencia bordeando el seminario del padre Luis Amigó.

· Comer

Restaurant Gadhus

Rocafort. Restaurante de cocina creativa con propuestas nada trilladas y menús de mediodía a precios asequibles (18 y 22 euros). Magnífica e inusual carta de vinos. Teléfono 961 311 190.

· Dormir

Hotel rural Cruz de Gracia

Paterna. Se trata de una construcción nueva, con un exuberante y sombreado jardín, piscina y las habituales comodidades. 30/39 euros/persona/noche. Teléfono 963 904 139.