Pero lo que fue, persiste en ser, y el mismo arroz que permitió el crecimiento de Catarroja a partir del XVIII (que también es el siglo de la alquería de Vivanco, sede del ayuntamiento) configura hoy lo más singular de sus parajes y estilo: el puerto, el Tancat de la Pipa, las barcas con la misma vela que los faluchos del Nilo?, precisamente a la puerta del ayuntamiento hay una especie de pirámide de gresite en honor de algún ignorado faraoncillo. Como los pueblos vecinos, a partir de los sesenta se fue colmatando de forasteros, y en veinte años duplicó su población. La industria fue la causa. Es el polígono industrial el que te recibe a puerta gayola al dejar la autovía. Se ven las costras y rasguños de la crisis, pero, mal que bien, aguanta y sigue la industria del mueble.

Paseo por el viejo camino real que unía Valencia con Xàtiva, donde palmeras y árboles cubren pudorosamente el disparate urbano. La parroquia de San Antonio de Padua y la Casa de la Cultura son del mismo ladrillo rojo, y cualquiera de los dos podría ser la sede de los sindicatos. Sólo algunos maravillosos edificios modernistas recuerdan los viejos tiempos. Al atravesar el arco de entrada al ayuntamiento, cuelga una pancarta conmemorativa de la Banda de l´Empastre, gloria del municipio como el humorista Manolo Jardí. Al final de ese arco se sale a una plaza dura del tamaño de un descampado lleno únicamente de pretensiones. Una fachada neomudéjar protege un tesoro aún mayor: un solar de més d´una fanecà que da a dos calles, bien lo dice el anuncio.

El puente sobre el barranco de Chiva que le une a Massanassa es de piedra. De piedra de verdad y magnífico: debía de molestar tanta piedra y pusieron unas barandas de aluminio.

Pero ya estoy en el Port, tras dejar atrás l´Escola de Capatassos Agrícoles, el Club Ecuestre y un par de barracas cautivas. El puerto es un canal ensanchado. All i pebre y Arròs en perol en La Primitiva y Casa Baina. Un taller de calafates que tiene a su cuidado un buen número de barcas. Hay muchas. Y una asociación de vela latina. Pegado al canal y con cuidado, tomo el camino al Tancat de la Pipa. Se llega por una senda de tierra que discurre sobre la mota que protege un lado del barranco.

Las visitas son de miércoles a domingo (Tel. 608 746 865), pero la bióloga decide hacer la vista gorda porque ya estoy aquí. Si en el Port las pollas de agua van muy sueltas, aquí el cielo es un vértigo de trayectorias cruzadas de garzas y collverds. Un tancat es un trozo de albufera que, a veces, no se llegaba a aterrar. Laberintos de agua y cañas. Calor. Mariposas blancas como nieve en ascenso. Las cubre un macho más pequeño y amarillo, y prosigue la cópula en el aire. Detrás se apresura un segundo galán por si desfallece el primero. Han soltado las aguas: los terrones del arrozal se van empapando con parsimonia. Garzas al acecho. Y siguen llegando.