Estancada después de muchos años de crecimiento imparable (por el azulejo y por más cosas) y, aún ahora, con más de un quinto de ciudadanos de origen extranjero. Las terrazas revientan, el sol triunfa y junto a la concatedral no sopla el vientecillo que nos atormentará ligeramente en el Grau.

La historia de esta ciudad tiene algo de providencial: fue una dependencia de Borriana y le tocó, de carambola, la capitalidad provincial, esa que dirigió un señor (y sus antepasados) al que siempre le tocaba la lotería. Moraleja: espera seis siglos, y la buena suerte volverá a visitarte y tendrás hasta palacio diocesano.

Ese histórico traslado de la colina a la Plana es la excusa de las fiestas de la Magdalena. La plaza de toros aún conserva un cartel con un toro humanizado como torero con hechuras algo femeninas. Lo veo mientras paseo por el parque Ribalta, bonito parque.

Hemos dejado el coche en el aparcamiento del Hospital Provincial, que también ha sido hermoseado y puesto al día. En los últimos decenios, los gestores del municipio han tratado de reducir y atenuar los desfases anteriores a toda noción de urbanismo, cuando las alturas de los edificios tenían menos correspondencia que los dientes de Cervantes, según confesión propia.

La cercana prosperidad, que puede volver, o eso se espera, se nota en la frescura y limpieza de los edificios. Relucen el Banco de Valencia y el Casino Antiguo, el quiosco modernista y sus bancos de trencadís, y una farmacia verde con gato negro y trampantojos. Castelló aún es pueblo en su plaza Mayor, donde confluyen el ayuntamiento, neoclásico; la concatedral, neogótica; el Mercado Central (que recorro sin prisas: tienen de todo, y pescadería y sección general están comunicadas, para mayor comodidad); la oficina de turismo (edificio noble y con frescos), y el Fadrí, un campanil aislado, soltero, octogonal y gótico, con moño discreto y aristas tan netas y sumarias como el habla de la gente de aquí. Me gusta. El reloj de sol marca las diez, pero son las doce en el horario oficial y una legión de jubilados con posibles se abalanza sobre el vermú y los calamares a la romana. Uno de ellos sufre un desvanecimiento y llega, rauda, la Unitat de Suport Vital.

El Grau

Recto y hacia el este por la avenida del Mar (carril bici), llegamos al Grau. Pancartas de protesta de los pescadores por los fondos europeos que no ven. El casino nuevo, en un encantador edificio de servicios del puerto; un puerto más poroso y urbano, fácil de pasear, que la ficción secretista de Valencia.

Buenos espacios, fuentes y descongestión. Casas modernistas muy bien recuperadas. El templo de San Pedro, que fue pescador, ligero y gracioso. Comemos en Casa Juanito un suquet denso y delicioso, con toda clase de bestias marinas flotando. Volveremos pronto.