El gran lujo de Valencia no está en los escaparates del centro, sino en un parque que no hay que buscar en horizontes lejanos o islas hiperbóreas. Está tan cerca que cuesta verlo. El parque, con los arrozales, canales y aves, lame los barrios sureños de la ciudad. Nos lo decían los sabios europeos, los alemanes con trípode y teleobjetivo. Pero no podíamos creerlo: los valencianos tenemos, como españoles, el vicio de hablar mal de nosotros mismos.

Una circunvalación del lago y sus dominios debe empezar en Valencia, que heredó el paraje de Rey. Por ejemplo, en la bonita iglesia de la Purísima de La Punta (llegamos cuando van a disparar la traca por sus cien años), aunque la hayan techado con uralita, ya ven para qué no hay dinero. Si no sale pronto del atolladero en que el puerto y sus señores convirtieron toda la zona, esa maraña de cortes y barreras increíblemente bordes, se pondrá de mala leche y no es plan. Porque enseguida viene Pinedo y la que es, quizás, la más bonita gasolinera hasta llegar a los hongos espaciales de Oliva. Se puede repostar, no es de adorno.

En El Saler se ha articulado una cierta resistencia urbana a favor de un contacto directo con la Albufera que le libre de la pesadilla de la carretera. La Casa de la Demanà es su símbolo (aquí venían los vecinos a solicitar permiso para sacar su escopeta, aunque la carne la daba el cielo). Siguiendo por la carretera del Saler se llega al más famoso mirador de la Albufera, donde uno puede darse un paseo en barca o adentrarse en el bosque de la restinga: no se arrepentirán. Deliciosa maraña, amplia y tortuosa como los intestinos de un rumiante, y densa como la cúpula de una selva.

La primera variante lleva por la carretera de la costa al Faro de Cullera. Más exactamente, a los repliegues entre el primer y el segundo Collado, asiento de la Bassa de Sant Llorenç, tal vez el más secreto humedal del parque, aunque también ha mejorado, y mucho, el Llac de la Plana, junto a El Perelló, al adosarle unos campos cercados como reserva integral.

Pero nosotros atravesamos El Palmar y por el camino de el Canal llegamos a Sollana. Las casas de la vieja travesía de la Pista de Silla han resucitado y lucen colores de laca de uñas. Seguimos por esa carretera reventada (se ha formado un bosque de mimosas, más sufridas que las adelfas) para pasar junto al Ullal que les enseñamos a unos asombrados miembros del Parlamento de Bruselas. Florece el lirio. El viejo complejo recreativo de El Romaní ya no chuta, sólo es hotel, las autónomas merodean por sendas vecinales. Desembocamos en la Nacional y dejamos atrás la posibilidad de visitar el puerto de Catarroja y su Tancat de la Pipa, y, a la altura de Alfafar, tomamos el desviío a El Saler para detenernos en La Matandeta a tomar un vino y curiosear en su rastro mensual, Buida la Cambra.

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Restaurantes

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Arroces de confianza en La Creu de la Conca (Tel. 963 247 174) y La Genuina (Tel. 963 248 663), en Pinedo. La Matandeta (TEl. 962 112 184), camino de Alfafar. Casa Rocher (Tel. 961 760 173) en Mareny de Sant Llorenç) y Eliana Albiach (TEl. 961 732 229), en Cullera.

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En Sueca. Hotel Ciudad de Sueca. Muy bien emplazado para organizar excursiones de la costa al interior y de sur a norte del parque. Precios razonables. Práctico. Teléfono 961 717 005.