El camino se llama, oficialmente, CV-70 y acaba en Palop, pero a la altura de Benimantell tiene una bifurcación que permite llegar hasta Altea la Vella y l´Olla. Es el trayecto que nosotros elegimos. Apenas salir de Alcoi, el terreno ya muestra su carácter: bosques de pinos de una densidad infrecuente, venta de Nadal (lugar de moteros y sus fabulosos almuerzos), con el castillo de Penella a la vista. Penella es una masía fortificada de tapial y mampuestos, pero con esbelta torre del homenaje almenada. Término de Cocentaina.

Y llegamos a Benasau, que tiene un agradable paseo y una población satélite (Ares) casi dos quilómetros más adelante, con un acceso bastante complicado. La dignidad del ayuntamiento (con un mercado anexo) y del templo de Sant Pere (con la Font de l´Ullet a sus pies), así como la extensión del casco urbano (con casas de mucho porte, bien restauradas), delata el enflaquecimiento de la población, que en su caso se inició a mediados del siglo XIX. Hasta la torre del Baró de Finestrat tiene apliques, marcos de aluminio y miradores de adhesión reciente, pero el pueblo es de mucho encanto y en el restaurante La Serrella se pueden comer, así lleguen las primeras nieves a la falda norte de Aitana, los platos más rotundos de la cocina montesa: olla, borreta, minxos y, más adelante, en Benimantell, l´olla de blat picat, verdadero fósil de la cocina arcaica, pero no menos bueno que cualquier delicia de La Tour d´Argent.

Un tinto de la Vall de Seta

Benasau nos gusta y paramos a comer con un tinto de la Vall de Seta, que está aún menos poblada que estas asperezas. Se suceden los repechos, barrancos y crestas en un paisaje con toda la bravura de la Bética, que nació del empuje pélvico de la placa africana.

Confrides es el lugar apropiado para percibir la naturaleza del tránsito que vamos a gozar: desde la almendra, el olivo y los perellons (una manzana de piel encuerada que perfuma y no decae), hasta la carne amarilla y niña del níspero de Callosa.

Muchos de estos pueblos han recibido nueva vida gracias al ciclismo. Subir a Confrides no es ninguna broma. Y los escaladores saben que desde el mirador del restaurante Pirineos (una taberna encantadora para estirar las piernas) se divisa un panorama que ya quisiera Suiza. Paseamos por el pueblo, que tiene una noguera monumental que da nombre a una plaza, y un casco urbano muy agradable, escalonado. Confrides es una potencia excursionista, déjense guiar. Aquí los moriscos, tras el edicto de expulsión, tenían donde resistir, y como en otros lugares abruptos, lo hicieron.

L´Abdet (una encantadora aldea) se desgrana carretera adelante y a la izquierda, blanca y perezosa, y cruzamos el río Guadalest, que da apellido a la población de Castell, el pueblo más visitado de España; pero el río va sin agua porque se la queda el riego.