Y llegaremos, después de Rubielos de Mora, a Cortes de Arenoso, ya en territorio valenciano. Otoñaba suavemente en las alamedas de Camarena, monte arriba. Hemos visto quietos los telesillas de la estación de invierno. Catorce grados a dos mil metros de altitud. Al bajar hacia Puebla de Valverde, el pino negro es sustituido por las sabinas, y cuando entremos en Valencia, los pinos y sabinas alternarán con las carrascas. Sequedad aliviada por las últimas lluvias. Bloques calcáreos producto de la rotura de cimas y paredes. Parecen sillares alineados por una raza de titanes. Sobre todo, cuando los bloques se derraman en cataclismo. Cordeles y veredas de la ganadería trashumante.

Antes de entrar en Cortes de Arenoso, visitamos (está indicado) El Rebollo, un roble (valenciano) que pasa de los setecientos años. Aunque mutilado y tronchado varias veces para servir leña a los hogares, ha encontrado siempre el modo de retoñar. Y La sabia del pellejo le corre en torno a una oquedad podre.

Lo primero que encontramos es lo que parece un molino monumental, un precioso albergue y un sistema de lavaderos muy cumplido. Cortes es realmente bonita. Lo parece de lejos y de cerca. Y lo volvemos a constatar, en lo alto, desde el camino que conduce a la ermita de San Cristóbal, a la que se le han pegado dos antenas de telefonía. Resplandecen en un azul saturado lo que nos parecen, al principio, matas de lavanda. Pero huele como el tomillo ¿Será el tomillo pitiuso, la frígola, que tiene la flor más restallante de toda la familia?

Cortes de Arenoso sólo tiene unos centenares de habitantes: estos amplios términos municipales se vaciaron en los años de la emigración y la industria de ordenanza, pero el rasgo más singular del caserío de Cortes es que los edificios antiguos y modernos se combinan sin estridencias, en colores bien elegidos, falda arriba del monte en el que se asienta. Limpieza y armonía. El museo del pan, que tiene un horno moruno con cúpula de ladrillo, está cerrado. El espectacular ayuntamiento antiguo se abre a una gran plaza, festoneada por varias casas notables, con su monumento a Manuel Mas, víctima de Mauthausen.

La iglesia barroca es interesante, y tras bajar de nuevo a la carretera, nos detenemos junto a la cercana fuente de la Virgen, que también tiene lavadero y estanque, y comemos fruta y le echamos unos tientos a una decente garnacha del terreno. Hoy no llegaremos a Villahermosa del Río, ya lindando con una de las vertientes del Penyagolosa. Unos once quilómetros antes nos detenemos en la ermita de San Bartolomé, que es enorme y dotada de hospedería, patio, parrillas y bancos para peregrinos bajo porche con arcadas. El santo ha vuelto a su hornacina en versión coloreada.