Volvemos a Requena cuando se acaban las fiestas de la vendimia y acertamos al encontrar acomodo en la villa, alojamiento turístico La Tinaja, en la calle más decorada de pámpanos de la ciudad, calle del Cristo, con puerta propia en esta inagotable ciudadela y medina que tiene ahora en Santa María una exposición sobre el arte de restaurar. Empezando por ella misma: en una capilla ha resurgido un hermoso mural de San Cristóbal.

Volvemos al casco antiguo de noche, cuando las piedras lunares de dinteles, marcos y cantos resplandecen entre siglos de revoco. Hay casas abiertas a un túnel temporal con la entrada muy lejos, casas con poyetes y retratos de damiselas de la tierra con la boca de grana y la melena de antracita, junto a una radio de capilla que cantó la entrada de Fidel Castro en La Habana.

Frondosa villa, laberinto de dos religiones y media. Pero nos espera la Feria y sus vinos. Y la carretera. La vieja nacional se ha convertido en pasillo comarcal. Es un gozo liberarse de la autovía, y hasta los plátanos de los ribazos, que capó algún cabestro, rebrotan con fuerza. Camino de San Antonio (una aldea enorme o una ciudad pequeñita) entramos en Pago de Tharsys, primera de la lista de ilustres bodegas. La finca es hermosa así en la tierra como bajo techo. El agua de la Fuencaliente ha sido canalizada para alimentar un estanque donde un grupo de cerriles ocas estresan a una pobre pata que trata de sacar adelante la pollada.

Puede que San Antonio funcionase como zona residencial de Requena, cuyo poder gravitatorio llegaba hasta la lejana Mira, en Cuenca. San Carlos se llama una bella quinta con pineda. Y al lado restauran o reinventan (que todo es legítimo si se hace con pasión) otra que aún será más hermosa. Más adelante hay otras tres: Casa Aquilina (escondida tras el hermoso parque), San Leandro y Los Parrales, las dos últimas de 1941: no parecen de nadie que perdiera la guerra. Aunque la leyenda fundacional de San Antonio habla de un olmo donde se escondió el fugitivo de alguna carnicería civil, lo que hay delante de la iglesia son unos cedros en gran formato.

Pasear San Antonio es muy grato. Hay una bellísima casa rural modernista que responde por Doña Anita, un teatro dedicado a Berlanga, el cineasta, y más bodegas: El Progreso, Dominio de la Vega y, un poco más lejos, Chozas Carrascal. Y dos estaciones de tren: la suya (con cepas centenarias a la vera) y la del AVE, pájaro atolondrado. Se está a gusto en San Antonio, volveremos. Ahora hemos de seguir hasta Caudete, que pillamos con la tarde casi vencida y que honra su apellido, pues tiene, entre otras, una Fuente Grande y otra Chica, y un agradable paseo que las une. Con la luz melosa resplandecen los marcos floreados de otra bodega enorme y, flotando sobre los tejados, el letrero cerámico de un almacén de sueños que seguramente cerró: Cine Yranzo.