Y que tiene una planta cervecera y un buen restaurante. Sorprende, apenas entrar en La Yesa, la perfecta restauración de la almazara y el encanto de su lavadero, convertido en espacio para meriendas campestres. El agua sigue allí y se prolonga en el abrevadero. El pueblo es bastante llano.

Hay buenas casas en La Yesa, algunas dedicadas al hospedaje de forasteros y no pocas con la puerta guardada bajo robustos arcos aragoneses de medio punto. En varios lugares del centro urbano pueden verse paneles para localizar los más notables y disfrutarlos. Como en Alpuente, los vecinos hermosean sus fachadas con flores, parras y enredaderas. El templo parroquial, dedicado a la Virgen de los Ángeles, también apuesta por la robustez, la torre cuadrada, marcial, con lados orientados a los puntos cardinales. Sin embargo la patrona es la Virgen del Carmen, alta mar de la serranía. Tiene canteras de caolín y de áridos. De vuelta a Valencia por Higueruelas y el Villar, vemos una, trajinada por vehículos pesados y con una charca: agua que supura al fondo de la tierra descarnada.

Estos pueblos estaban en el límite amistoso de Aragón y en el confín, mucho más friccionado, de Castilla, al borde del camino real. Pero ya eran viejos, muy viejos, cuando los tomó Jaume I, viejos cuando una dinastía bereber (probablemente, del mismo linaje que los ibero), los Beni Qasim, crearon una poderosa taifa que duró cien años. Pero en el término hay también vestigios celtíberos y de la Edad del Bronce.

Pero lo que parece bueno dentro, quizás mejore fuera. Tomamos el coche en dirección al bosque de sabinas, pasando por La Almeza y La Canaleja, una constelación de aldeas que pertenecen a La Yesa o, más frecuentemente, a Alpuente. O a las dos, como la Cuevarruz, que la tienen a medias. Aquí están las seculares, invencibles, despellejadas sabinas, a veces con la piel arrancada a tiras en medio de la seca severa que no ha logrado deslucir la parva dulzura de los trigos, las colinas trazadas con la suavidad del ocre, los molinos en el espinazo de la sierra. Brota el surtidor de un nogal de hojas jóvenes y verdes. No he encontrado en el Dioscórides usos notables para las hojas o la corteza de la sabina, pero su madera es incorruptible (buena falta que nos hace) y es especie con mucha querencia por las vertientes más soleadas, que crece sola y fuerte si algún descerebrado no se impone la tarea de reproducir el bosque desde un despacho. Cantan el mismo son los pinos de porte majestuoso y copas altas. Respeta lo que ves: se hizo para ti y por eso no es tuyo.

Nos adentramos en Aragón por la carretera de Abejuela, que es la misma que lleva, de este lado, al balneario de Manzanera. Paseamos el pueblo, quieto en la tarde del domingo.

€ Dormir

casas rurales

Aras rural

Aras de los Olmos. Complejo de hotel y cabañas con restaurante. 80 euros/noche la cabaña para dos personas. 49 euros, la doble. Teléfono: 639196928. De pueblo, con terraza, junto a un jardín. Tapas variadas y arroces por encargo. Teléfono: 615 102 101.

€Comer

Restaurantes

El bosque animado

La Yesa. Precioso restaurante de pueblo, que ofrece un interesante menú de 20 euros con unas tapas y un rotundo y seductor arroz meloso de jabalí.

Teléfono: 961 636 033.