Un río que excava hoces y templa cuchillos, toda una geología ferretera y aguerrida, como corresponde a tierra de frontera, y que tiene una orilla manchega y la otra valenciana. Los meandros son el encaje de bolillos de ese límite tan fantasioso y trenzado.

Tres veces recorrí el parque y las tres lo hice desde Contreras o Villargordo (que lleva el río en el apellido), donde hay centro de información y cierto activismo social a favor de una buena administración de los recursos naturales. Aquí he visto un Cabriel de orillas lejanas, de cauce ancheado y corriente fina como una hoja. Bajaban a beber las hembras de cabra montés con su prole de cabritos.

Esta vez elegimos la carretera de Albacete que, al salir de Requena, pasa junto a bodegas de relumbrón, como Torre Oria y su personal arquitectura de torres bagdadíes y cerámica sentimental, o Hispano Suizas, que prefirió la piqueta y la resurrección. Dejamos atrás Los Isidros mientras los almendros se merengan con flores de nata y fresa. Ventaja evolutiva: florecer antes de brotar y llenar los ámbitos de reclamos amorosos con banda sonora de abejas zumbonas. Habíamos comprado un bollo de panceta en El Pontón y paramos a comerlo junto al balneario de Fuente Podrida en Villatoya, que ya es pueblo castellano.

Al día siguiente y desde Casas Ibáñez, volvimos a entrar, por Tabaquera, al lado valenciano (Tamayo), donde el Cabriel tiene playas y pozas y pujos de río de verdad, con aguas casi bravas. Una pandilla de jóvenes, enfundados en neopreno y que vienen de Alcalá del Júcar, se preparan para la canoa y el rafting. Son tipos aventureros y alegres. Nosotros seguimos hacia Los Cojos, pero antes se revela un Cabriel inédito para mí: de cancelas y vallas; de enormes plantaciones de cereal con riego por aspersión que parecen campos de golf, de grandes cortijos con las iniciales del señor soldadas a las rejas. Herborizamos tomillo y orégano, pero hasta el romero amarillea de sed, aunque tenga las varas más floridas que la del patriarca San José. Tomamos un vino del futbolista Iniesta, rollitos al vino de Alborea y un salchichón de Salamanca: la diversidad de los hombres y las tierras de España, cuando un propio detiene su 4x4 y nos inspecciona con descaro, pero el camino es de todos. Y lo hacemos, siempre hay que hacerlo: contra todo y contra todos. Los Cojos es una aldea muy bonita, con una calle Novedades y gente que toma el sol de una primavera anticipada, qué gozo. Seguimos por Casas de Penén y Los Sardineros, que es la nada, el vacío, los muros astrosos de un lugar muerto.

Pie a tierra y un buen paseo. Al día siguiente recorreremos la comarca de Villa de Ves, y por una carretera con pendientes del diez por ciento, entre más almendros en flor, rastrojos, ovejas y carrascales, veremos al Cabriel rendir viaje en Cofrentes. Esa es otra visita.