Pero empezamos en Altura con el último aliento glacial de Siberia descargando sobre nuestras coronillas. Se habían bajado hasta aquí todos los petirrojos del continente y se desentumecían saltando de peña en peña. A veces, al tratar de beber en una charca, se estrellaban contra la costra de hielo. Lo vi. Como vi carámbanos en la fuente (acallada por la congelación de la Alameda y en la del Rebollo, que ya empezaba a destilar rumores y humores) y a una agachadiza, eso me pareció, levantar su potente vuelo desde el fondo del barranco seco donde se vierten los dos hilos de agua pertenecientes a Gátova. Los muchos almendros de este secano fino y en suave elevación, estaban cuajados de flor turronera y albar: no eran visibles los desgarros del hielo en su carne de primera comunión, aunque los males pueden cursar ocultos. Olivos más que centenarios y un poco abandonados a su ancianidad se inclinan en el mismo borde del bancal con el que mantienen una meritoria dialéctica de sujeción y derribo.

 

La berrea del brezo

En esta carretera me enteré de la liquidación de Bin Laden, es lo que tiene la radio, pero, como todas las vías hermosas, está sola y librada a la belleza. A mitad de camino, una hermosa masía en restauración (La Rodana), y un poco antes, a la izquierda, sale el camino de Rodana a Valero, una carretera asfaltada, pese al nombre, que lleva a un gigantesco vivero de tuyas, cipreses, palmeras y olivos viejos embutidos en una maceta, como un barco en una botella, como un guerrero montañés en un hospital de mutilados. Con sus ramas feroces repeladas como la nuca de un soldado de leva. Por todo el camino hasta el portillo de Chirivilla y más allá, los olivos, peinados por el viento, hacen aguas con la luz azul reflejada en el satén de sus hojas. Los montes rojos se maquean con el esplendoroso terciopelo de la garriga primordial, abejera, zumbona. Estalla el cromo de las aliagas, empieza la berrea rosa del brezo, el clamor blanco de los almendros.

Uno tiende a creer que las floraciones de invierno serán emboscadas, conspiración de umbría, pero, hermano, estás en la selva de Dionisos y sus jugos seminales penetran los cuarzos rotos, las enjutas calizas y las pirámides de piedra rodena, que amontonan sillares sin tallar: estalla la tormenta perfecta de las mimosas en los primeros chalets de Olocau. Atrás queda la hermosa Gátova (aragonesa de alzado, morisca de planta), un lujo de laberintos. Un viento oblicuo y agrio agita las aguas de un gran embalse de riego en las afueras de Olocau, pero a nosotros nos espera el pan y el vino del hostal de l’Arquet. Tengo la panza vacía y la cabeza zarandeada por un torrente impresionista. 

 

• Dormir

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Gátova. Siete casas rurales no compartibles. De una o dos habitaciones. De 70 a 100 euros por casa.

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Gátova. Cinco viviendas rurales no compartibles, con capacidad total para 30 personas. 25 euros por persona y noche.

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Restaurantes

l’arquet

Olocau. Restaurante de agradable atmósfera y buen trato. Terraza. Hostal y bar. Especialidad en carnes. Caza y hongos, en temporada. Buena relación calidad/precio.

Teléfono 962 739 814.