Observamos que, a la sazón, no había sumilleres, ni maîtres en el rústico comedor, ni camareros. Y la vajilla y la cubertería no eran de

diseño. No se descubre lo que contienen los platos depositados en una especie de bandejas de madera y rudimentarias. Se intuye

que en ellos hay alguna sopa, o similar, precisada de una cuchara para llegar a la boca de los novios y los invitados.

Este utensilio ya existía en el Neolítico. Después, los diseñadores de los siglos XX y XXI se afanaron en darle forma artística, con lo cual, la cuchara perdió su razón de ser y su utilidad. En un tour de force prodigioso, la Humanidad retrocedió millones de años cuando algunos

cocineros de vanguardia eliminaron las cucharas, los tenedores y los cuchillos (y casi hasta las mesas), y sus clientes, obedientes y resignados, comían sus creaciones con las manos, al igual que la mona Chita (en realidad, un mono), fallecida muy recientemente.

De esta manera, ahorraban muchísimos euros en cubertería y en su limpieza diaria, vendiendo su estrategia de botiguer / pyme como un avance vanguardista.

Arte y más arte. Y menos cubertería, consecuentemente. Bueno. La cuchara siempre se ha asociado, lógicamente, a la cocina popular, sencilla, casera, hogareña y de la fémina. Cuando advino la modernidad gastronómica (a finales de los años setenta del siglo XX), la cuchara, como objeto y símbolo, empezó a perder protagonismo. ¡Vaya vulgaridad!, se decía, ¿a dónde vamos a ir a parar, astronómicamente, con la cuchara, si no es a la sopa de ajo, los gazpachos o el guisado de aves con habichuelas?

Y, sin embargo, para disfrutar de la soupe aux truffes noires V.G.E. (Válery Giscard d´Estaing, presidente que fue de la República Francesa), había que emplear la cuchara para romper el hojaldre que la cubría. Es natural, porque, bien mirado, Bocuse siempre fue un clásico que supo venderse en los medios de comunicación como un revolucionario y un renovador.

Solo basta con echarle un vistazo a su libro-manifiesto La cuisine du marché (1976), para percatarse de cómo se hinchó su talento

gastronómico. Lo más positivo de Bocuse es que, naturalmente, jamás abdicó de la cuchara, el tenedor y el cuchillo. ¿Recuerdan cuando, antiguamente, los restaurantes se clasificaban, administrativamente, de uno a tres tenedores? Hombre, ni tanto ni tan calvo.

La crisis económica ha relanzado la cuchara, el tenedor y el cuchillo, si bien no es menos cierto que el truco de los montados, los montaditos y las tostas de los gastrobares, gastropicoteos, bistronómicos (o como se escriba) y tapeobistronómico, está concebido para que a): la gente se sacie comiendo pan y algo encima, en medio o abajo, y b): para prescindir, en lo posible, de la cubertería de toda la vida.