Israelvisión y la geopolítica

El veto en redes sociales de Eurovisión al gesto del palestino Eric Saade es una muestra más de la complicidad del festival con el genocidio de Israel

Se ha puesto el foco en la participación de Israel, ausente en competiciones deportivas como los JJOO o la FIFA

Netta ganó el Festival de Eurovisión para Israel en 2018.

Netta ganó el Festival de Eurovisión para Israel en 2018. / ED

Lluís Pérez

Lluís Pérez

Eurovisión es un festival de canciones, es un espectáculo televisivo de primer nivel, es una celebración, pero se quiera o no, Eurovisión es también política. Sin excusas. El veto de la Unión Europea de Radiodifusión (UER) a la actuación de Eric Saade en sus redes sociales, simplemente por lucir un pañuelo inspirado en una palestina, es una muestra más de que, pese a querer ser un evento blanco y familiar, Eurovisión cuenta con un componente geopolítico inherente e irrenunciable; forma parte de la propia historia del festival.

El festival se creó en 1956 para generar un sentimiento de unión entre los países del oeste de Europa en el periodo de entreguerras; fue temido por la Unión Soviética por ser un escaparate de las bonanzas de la vida occidental y, posteriormente, una manera de los países de la antigua URSS para acercarse al viejo continente. No olvidemos tampoco su papel como herramienta de la dictadura franquista para alzarse internacionalmente como un país amigo las democracias. La victoria de Massiel en 1968 -discutida aún por muchos- tuvo, ineludiblemente, consecuencias políticas y sociales en esa España que quería ser un alarde de modernidad, pero sin valores democráticos.

Ucrania e Israel

No es necesario retroceder en el tiempo para vislumbrar el papel de la geopolítica en Eurovisión. Las dos últimas victorias de Ucrania en Eurovisión han coincidido con la reactivación de la ofensiva de Rusia y su objetivo militar de anexionar regiones ucranianas. La última fue en 2022, tres meses después del inicio de la actual guerra, con el apoyo unánime del público europeo con el televoto; pese a ser una potencia eurovisiva no merecía ganar por encima de Chanel o Reino Unido.

Rusia fue vetada en Eurovisión, como en muchos otros ámbitos, como condena a su belicismo por parte de la comunidad internacional. Pero, ¿qué pasa con Israel? La UER no ha prohibido su participación e, incluso, trata de evitar todo tipo de posicionamiento en apoyo al pueblo palestino; el veto a Saade no es el único. Ha prohibido a la representante irlandesa lucir mensajes de "alto al fuego" o "palestina libre" durante su actuación por ser contenido político, como si la participación de Israel no lo fuera; e incluso ha sido acosada en el Euroclub por parte ciudadanos israelíes.

Es solo un capítulo más del debate latente sobre el genocidio entre los artistas participantes -una decena de ellos han firmado un manifiesto en favor de Palestina-, entre los eurofans y, también, en las redes sociales, donde se ha puesto el foco por la participación de Israel en Eurovisión. Falta ver qué ocurre mañana cuando actúe la representante israelí -no sorprendería que los eurofans la abucheen en el estadio- o si el público europeo castigará el genocidio tan contundentemente como apoyó a Ucrania hace dos años. ¿Debería participar Israel en Eurovisión?

Un reflejo de la sociedad occidental

Claramente no, en opinión de quien escribe. Pero, ¿por qué se ha puesto el foco en Eurovisión? ¿Qué pasa con la participación israelí en los Juegos Olímpicos o en las competiciones de la FIFA? La respuesta es sencilla: el festival tiene un público nicho, menos mayoritario que las competiciones deportivas amparadas por el patriarcalismo normativo imperante en nuestra sociedad.

Eurovisión es -lo ha sido siempre- un reflejo del mundo en que vivimos: imperfecto, dubitativo y movido por intereses geopolíticos que escapan al control del ciudadano medio. Para muestra, la doble vara de medir respecto a Rusia e Israel. Si le exigimos humanidad con Palestina al festival -necesaria e inexcusable porque están siendo masacrados- deberíamos reclamarla al resto de la sociedad. Pero siempre es más sencillo atacar al débil; al festival que, aunque ven 300 millones de personas, se asocia con el colectivo LGTBIQ+. ¿Por qué no aprovechamos la crítica eurovisiva para abrir un debate general lejos de oportunismos?

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