Ya está. Me gusta la Super Bowl, la final de la NFL, de la misma manera que me gustan las películas de submarinos. No entiendo nada de lo que pasa en un partido de fútbol americano y no entiendo nada de lo que dicen los tripulantes de un submarino, pero me puedo pasar horas (literalmente: un partido de fútbol americano es muuuuuuuuuuy largo) viendo cómo esos robocops con las camisetas de New England Patriots y New York Giants intentan llevar un balón picudo detrás de una línea, y me puedo pasar horas (literalmente: El submarino, la mejor película del género, es muuuuuuuuuy larga) escuchando al capitán de un submarino decir eso de "profundidad 150 pies".

Cuando los comentaristas de Canal + hablan de "primero y diez" y "cuarto down", el "ser ahí" de Heidegger empieza a tener sentido. Cuando Denzel Washington ordena en Marea roja a su oficial de inmersión mantener la nave a 120 pies de profundidad con una inclinación de 5 grados, las subastas de deuda pública parece que tienen lógica. Cuando Eli Manning, quarterback de los Patriots, da un pase a los wide receivers, hasta la transformación de Mercedes Milá en un insecto después de un sueño intranquilo no parece el argumento de un relato de Kafka. Cuando escucho a Harrison Ford establecer la condición 15Q en la película K-19, ya no me sorprende que La Sexta 3 ponga el cartelito de "mayores de 18" años en la película Cuando ruge la marabunta. La línea de scrimmage o las cinco yardas de penalización tras un holding ofensivo convierten a la política asturiana en un capítulo de Barrio Sésamo. El ángulo de proa en dirección 0-5-0 y los motores adelante 2/3 de la película El submarino hacen que el libro de instrucciones de un ordenador parezca un poema de Gloria Fuertes. Me gusta la Super Bowl y las películas de submarinos, pero siempre vuelvo al Torneo de las Seis Naciones y al Submarino amarillo de los Beatles. Es decir, que Mercedes Milá me parece un personaje de Kafka y me sorprende que no sea obligatorio ver Cuando ruge la marabunta en Educación para la Ciudadanía.