Miguel Ángel Silvestre es pura energía. Confiesa que no para quieto ni cuando duerme. Y, además, tras una tregua autoimpuesta, tras el éxito de la afamada serie Sin tetas no hay paraíso, vuelve al ruedo con las pilas bien cargadas y "con mucha curiosidad por saber qué me depara el futuro". Dentro de unas semanas cumplirá 30 años y lo celebra estrenando 'Lo mejor de Eva', a las órdenes de Mariano Barroso, que es, para muchos, su mejor trabajo hasta la fecha. Interpreta a un gigoló que se ve envuelto en un caso de asesinato investigado por una joven jueza interpretada por Leonor Watling. Una pareja que hace saltar chispas.

"No me llegué a plantear –asegura– que meterme en la piel de un tipo que vende su cuerpo por dinero ahondara en esa imagen de seductor que parece perseguirme desde lo de la serie. Lo interesante aquí era buscarle los recovecos a un personaje que se ha forjado una máscara ante el mundo para que no se le noten las cicatrices del pasado. Que parece divertirse con lo que hace, pero esconde mucho dolor".

La cercanía a la treintena lo tiene estos días con la cabeza ocupada "como si hubiera llegado el momento de tomar decisiones importantes, aunque al final creo que lo mejor es que todo fluya con naturalidad". "Esto mismo ya me ocurrió hace un par de años, cuando yo me empeñaba en seguir siendo un chaval, pero veía acercarse esa madurez con cierta inquietud. Igual era un poco pronto, porque la gente pensará... ¿qué voy a dejar para cuando cumpla los 40? Pero hay algo que sí sé. Que la edad y la experiencia te hacen valorar cada momento con mayor intensidad".

Quizá por ello no es una persona que se tome a la ligera cualquier pregunta. Reflexiona antes de explicar cómo se ha desarrollado su camino desde que, a los 4 años, se vio, por primera vez, con una raqueta de tenis en la mano. A los 13 dejó su hogar en su Castellón natal para trasladarse a Barcelona a entrenarse en este deporte de modo profesional. Una lesión acabó con sus esperanzas seis años después. "Estuve muy desorientado durante un tiempo. Estudié Fisioterapia y me pagué el aprendizaje poniendo copas en bares o encordando raquetas, pero aquello no acababa de llenarme". También ejerció de modelo –llegó a desfilar para Francis Montesinos en la Pasarela Cibeles y en la Gaudí– y logró ser coronado míster Castellón –"que, aunque no lo parezca de entrada, fue toda una experiencia, de las que te hacen crecer"–.

Recuerda el alivio que sintió tras su primera aparición en un escenario, en un ejercicio de fin de curso de la escuela de interpretación en la que estudiaba, animado por una de sus tías, que es directora de teatro. "Allí me sentí actor por primera vez y supe que, tras el disgusto del tenis, era a esto a lo que quería dedicar mi vida. Fue un chute de adrenalina muy fuerte, la verdad".

Poco después llegaron los primeros trabajos como profesional, primero en el teatro, y después en el cine –Vida y color, La distancia– y en la televisión, en la serie Motivos personales, pero, según confiesa, no estaba en absoluto preparado para lo que vino después. Sin tetas no hay paraíso le convirtió en el hombre del momento, el actor más popular, el varón más deseado; el más buscado en internet: "Tengo hasta premios por eso". Se le dio la bienvenida con frases del estilo ¡Vuelve el hombre! "Pero eso son asuntos de cara a la galería, que no tienen que ver contigo". Pudoroso a la hora de hablar de su apostura, afirma que, desde dentro de uno mismo, las cosas no se ven así. "Nunca pienso en eso. De hecho, sólo creo en la belleza de la autenticidad, que es lo que persigo en mi vida".