Es literalmente deslumbrante y su pasarela de prendas de vestir, tanto en lo que concierne a modelos destinados a la guerra como los que forman parte de su vestuario habitual, denota una imaginación notable. Y qué decir de unos guerreros de casi dos metros de altura, sumamente fornidos y con unos llamativos colmillos que impresionan.

Un espectáculo, sin duda, impactante que recrea con todo detalle el universo singular del videojuego de Blizzard pero que es esclavo de dos factores negativos, la supeditación a un relato bastante tópico que insiste en cuestiones exprimidas por el cine desde que la saga de ´El Señor de los Anillos´ revolucionó todo este marco y el alargamiento de una epopeya, que define lo que se nos muestra, hasta niveles que ponen en riesgo el ritmo de la película.

Todo eso para reiterar lo de siempre en estos casos, el enfrentamiento entre dos mundos, el pacífico de Azeroth y el de los orcos, que están a punto de entrar en guerra fruto de que los últimos se han visto obligados a abandonar su hábitat de siempre ante la amenaza de unos depredadores insaciables. Especial dimensión humana y salvaje revela en este entorno el líder de los orcos, Gul'dan, que valiéndose de la magia negra ha logrado crear un acceso a través del portal.

Con esa vía de escape y apoyado por Puño Negro, el jefe de los guerreros, ha unido a los clanes en un ejército único, La Horda. Así las cosas, nadie discute la obediencia a Gul'dan y su particular estrategia: invadir Azeroth y derrotar a sus habitantes. Con estos resortes, lo que ha tratado de hacer el director Duncan Jones en su tercer largometraje, es una combinación de fantasía bélica ambientada en un marco imaginario y de aventura visual con influencias bíblicas.