No abre, en principio, demasiadas expectativas de futuro para su director, el debutante Lucas Figueroa y hay que decir que se dejan sentir demasiado los efectos propios y negativos de una «opera prima».

Aunque el director, forjado en el corto, ha pretendido utilizar ingredientes y recursos de varias especialidades, sobre todo del thriller pero también de la comedia romántica y el terror, sus pretensiones se vienen abajo por el escaso mordiente e intensidad de unos fotogramas anémicos que no consiguen dotar de vitalidad a la película.

Con unos comienzos poco o nada estimulantes se pasa, a renglón seguido, a una etapa algo más llamativa que, por desgracia, no llega tampoco a cuajar y que conduce a una parte final que mantiene la fragilidad que preside casi toda la proyección. El escenario es un establecimiento madrileño de FNAC que puede rescatar a Raúl, un joven de 25 años sin mucho futuro, de la mediocridad en que vive si gana un concurso que es, por encima de todo, una prueba de entereza y de capacidad de comunicación.

Ha de recluirse durante una semana en el edificio sin posibilidad de salir fuera, ni siquiera por las noches, y con el reto de convocar a un mínimo de cien mil fans a través de las redes sociales, que son su única vía para contactar con alguien.

Es un desafío que arranca con poca fortuna, porque la soledad y la claustrofobia hacen mella en el protagonista, y que no modifica su suerte cuando los toques de terror, en forma de una presencia misteriosa por las noches del supuesto fantasma de una niña, salen a relucir. El recurso fácil de que una maldición pesa sobre el lugar, que ante fue la sede de Galerías Preciados y que contempló un suceso trágico durante las obras de construcción, no es precisamente una idea inspirada.

Aparte de los defectos señalados, otra de las claves que motivan la poca capacidad de atracción de la cinta es la falta de alicientes de Raúl, que se mueve en un territorio muy inseguro sin conectar con el auditorio.