Recrea situaciones y personajes dramáticos que tienen que ver, sobre todo aunque no solo, con la tercera edad y con problemas crónicos de la familia y lo hace con los lógicos instrumentos dramáticos, pero sin renunciar a ingredientes propios de la comedia y no exentos de sentido del humor.

Es, desde luego, una cinta consistente que amortiza de forma exhaustiva la presencia de dos verdaderas instituciones del cine británico, los ilustres veteranos Terence Stamp y Vanessa Redgrave, que fueron nominados por su gran interpretación, él en el apartado de actor principal y ella en el de reparto, en los premios del cine independiente de su país.

Se trata del mejor trabajo, y primero que vemos en España, del director y guionista Paul Andrew Williams, que ha sabido encontrar el punto justo que conecta emociones y prejuicios con evidente tacto.

Por eso se hizo con el premio del público en el Festival de Nashville. El factor que más en contra juega de la película es que recuerda demasiado a un soberbio documental de 2007 de Stephen Walker y Sally George, 'Corazones rebeldes', con el que está en desventaja. Pero en ningún caso eso deteriora un producto que tiene capacidad para sensibilizar al público.

El personaje más relevante es Arthur, un jubilado marcado por el mal humor y la falta de ternura que siente que su mundo se viene abajo cuando fallece su esposa Marion, víctima de una enfermedad terminal. Su habitual desconexión con su hijo James se agudiza por completo y ni siquiera los puentes que trata de crear su nieta impiden que la ruptura se haga definitiva.

Arthur nunca vio con simpatía que su mujer formase parte de un coro de música moderna de la tercera edad que prepara su participación en un concurso, aunque acabó aceptándolo porque con ello se ponía en riesgo la convivencia familiar. Ahora, ya sumido en la soledad, tiene más tiempo para recapacitar y para corregir los excesos de su actitud intransigente y lo injusto de su conducta con James.

Aunque es relativamente breve, el papel que desempeña Vanessa Redgrave, dando vida a Marion, es fundamental y genera algunos de los momentos más bellos. Más forzado es el cometido de Arthur, aunque hay en él rasgos que desprenden convicción. Y sería injusto dejar de lado a Gemma Arterton, que encarnando a Elizabeth, la profesora de canto de los jubilados entrega a Arthur la llave que le abre la vía de unos sentimientos inéditos.