La clase, la categoría y el profundo y amargo realismo poético vuelven a formar parte del equipaje narrativo de uno de los más destacados cineastas británicos de las últimas décadas, el Terence Davies que nos ha obsequiado con títulos de la talla de ´Voces distantes´, ´El largo día acaba´, ´La casa de la alegría´ y ´The deep blue sea´. Con el sustento, además, de la novela de Lewis Grassic Gibbon y una extraordinaria fotografía en formato de 70 mm del soberbio operador Michael McDonough, dotando a los paisajes de una elocuencia formal y dramática evidente, las virtudes se elevan de forma considerable.

Sin desdeñar, en absoluto, la interpretación de una actriz y modelo, Agyness Deyn, que ha sabido meterse de lleno en el personaje de Chris. En ningún caso, por ello, debe sorprender que fuese nominada a la mejor actriz revelación en los premios del Cine Independiente Británico, así como a la mejor película por el British Films Institute y en el Festival de Londres. Con una primera hora impecable, que nos sitúa de lleno en la Escocia rural de primeros del siglo XX, la película describe con una precisión y elocuencia notorias el ambiente familiar que se vive en el seno de un clan en el que la figura paterna adquiere caracteres casi tiránicos.

Incorporado por el siempre correcto Peter Mullan, el padre lleva las riendas de la mansión con recursos de crueldad y de violencia, ensañándose con su hijo mayor y defendiendo a ultranza la política del sexo a su conveniencia ante una madre resignada, ya con cinco vástagos a sus espaldas, que no tiene más derecho que la sumisión. Especialmente terrible es la frase que el padre dedica a Chris, su hija mayor, a la que imputa ser sangre de su sangre y, por ello, tener derecho a todo lo que quiera con ella. Con momentos trágicos que sobrepasan los pronósticos más sórdidos, fruto de unas tradiciones ancladas en el tiempo, la cinta configura una nueva realidad en la segunda mitad, vinculada al estallido de la primera guerra mundial.