No recupera al mejor Bajo Ulloa ni tampoco es una muestra de su cine más vital, demoledor y crítico con la realidad del país. El deseo del director vasco, sumido en una crisis de creatividad que lo ha tenido diez años inactivo y que también motivó el fracaso de su anterior película, Frágil, de volver a las andadas valiéndose del modelo que más rentabilidad le ha dado, el de Airbag por supuesto, no ha logrado la respuesta deseable y en la que muchos confiaban.

Da la impresión que en su desmesurado intento por atar los cabos de la taquilla no ha ejercitado la imaginación requerida y no ha sacado el partido necesario de un planteamiento que buscaba la risa y la diversión a costa de burlarse de situaciones, instituciones y personajes en muchos casos casi intocables, especialmente la Monarquía, aunque con un tono de comedia que quita mucho hierro y hasta se ríe de sí mismo.

No es por ello muy aventurado intuir que sus casi dos horas largas de metraje no van a celebrarse como todos desearíamos. Con un estandarte muy firme como punto de partida, la profesionalidad de dos actores como Karra Elejalde y Manuel Manquiña, que dan lo mejor de sí atenuando los defectos de la cinta, Bajo Ulloa nos sumerge en una España sumida en una crisis económica y de valores de efectos demoledores.

Los dos, José Mari y Primitivo, representan a las dos España enfrentadas pero en convivencia que tratan de abrirse paso mediante la chapuza de turno. Son supuestos detectives, en paro por supuesto, a los que propone una misión muy importante un gitano, Gaje, que quiere impedir que un atentado acabe con la familia real.

La clave reside en que Gaje ha conocido por boca de su madre moribunda una verdad que se le había ocultado siempre y es que él es hijo bastardo del Rey, fruto de una relación que ella tuvo con el monarca en su juventud y que ocultó a todo el mundo.