Obsoleto, previsible y con un cuadro de reacciones de los personajes sumamente caprichoso, este drama romántico con ecos de Romeo y Julieta se enfrenta a una misión imposible a la hora de comunicar con la juventud actual y hacerla partícipe de los sentimientos y de las pasiones que le embargan. Tanto es así que la cinta se viene abajo reiteradamente no sólo por su falta de credibilidad, que es manifiesta, también por los bruscos giros que sufren unos seres manipulados por el guionista y el director.

Lo cierto es que las cosas pintaban mal desde el principio si nos atenemos ya a los pobres resultados de la primera versión de la novela de Scott Spencer, editada en 1979 y llevada a la pantalla dos años más tarde, con el título en España de Amor sin fin, por el irregular y polémico Franco Zeffirelli, que exageraba los toques románticos hasta niveles casi indigeribles.

Pues bien, la nueva realizadora, Shane Feste, a la que conocíamos en España por El mejor en 2009 y Country strong en 2010, comete errores aun más elocuentes, derivados especialmente de la debilidad dramática de la historia y de una ambientación en 2014 que en realidad remite más a la época en que se escribió el libro, hace ya 50 años.

Para completar un panorama poco estimulante, los actores tampoco dan de sí lo que cabía exigirles y tanto Alex Pettyfer, en el papel de David, como Gabriella Wilde, en el de Jade, nunca se hacen con los personajes. La película no reclama apenas la atención como consecuencia de la falta de consistencia de lo que vemos y de la caprichosa actitud de unos seres que carecen de vida propia. El relato no sólo es maniqueo y simplista, es que no se sostiene en pie a la hora de sentar las bases de lo que está por venir.

Algo que se hace sentir de modo singular en la increíble secuencia del incendio y todo lo que viene después, cuando los acontecimientos se desatan hasta configurar un panorama absolutamente gratuito.