Es obvio que le sobran tiros y explosiones, fruto especialmente de un metraje que alcanza los 144 minutos y que acusa inevitables altibajos, sobre todo mediada la proyección, si bien consigue en gran medida superar estos escollos merced a la profesionalidad del director Michael Bay, que forjó buena parte de su prestigio con La roca, entrenado en este tipo de productos en los que la acción se erige en factor determinan- te de las imágenes.

Con estos presupuestos, la película no malogra su objetivo de captar con la mayor fidelidad posible los trágicos sucesos acaecidos en la ciudad libia de Bengasi el 11 de septiembre de 2012, cuando un ataque terrorista a la sede diplomática norteamericana en dicha ciudad se saldó con la muerte de cuatro estadounidenses, entre ellos el embajador Christopher Stevens.

El libro de Michel Zuckoff ha ejercido de guía de esta crónica que ha contado los hechos desde la minuciosidad y el rigor. En este aspecto lo que vemos no admite, desde luego, excesivos reparos. Otra cosa es el factor humano, que aunque también trata de explorar con detenimiento no revela la misma precisión.

La cinta se detiene, al respecto, en los seis hombres, ex Nayy Seals y ex miembros de la CIA, que llevarán a cabo una misión impecable para evitar que los terroristas alcancen sus objetivos. A través de sus conversaciones y de los preparativos que llevan a cabo sacan a la luz las cuestiones que les preocupan en tales circunstancias, con la familia y el consiguiente trauma de no poder estar más tiempo con sus hijos, en primer plano. Son instantes que sin desprender el dramatismo necesario sí ilustran unos hechos y unas frustraciones innegables.

Finalmente, el otro elemento válido es el que se ciñe a la excesiva espera que debieron soportar los miembros del comando hasta que llegaron los refuerzos y pudo consumarse el rescate. La sensación que depara es que las cosas no se hicieron bien y que hubo alguna que otra negligencia que estuvo a punto de incrementar la nómina de víctimas.