Su consistencia a todos los niveles, narrativo y dramático, no deja de sorprender, sobre todo teniendo en cuenta que su director Lenny Abrahamson, que efectúa un trabajo soberbio, no tiene antecedentes espacialmente brillantes y de ahí que se haya convertido en una de las estimulantes sorpresas de los Oscars.

Sin olvidar que la protagonista ya se ha hecho, entre otros galardones, con el Globo de Oro y el Bafta del cine británico. Y es que sin nombres de excesivo relieve en el reparto y en el equipo técnico ha surgido un producto de notable envergadura que atrapa desde los primeros momentos y que somete al público a una tensión notoria sin necesidad de recurrir a efectismos gratuitos o de hacer concesiones a la galería.

Abrahamson, en efecto, consigue el indudable milagro de crear un ambiente tenso y hasta inquietante valiéndose «solo» de una realización inteligente y más que convincente en la que ha sacado un partido extraordinario de los actores, en concreto de Brie Larson, en el cometido de la madre, y Jacob Tremblay, en el de Jack, realmente memorables.

Tanto es así que la cinta se mueve entre el cuento de hadas y el thriller angustioso con una convicción sorprendente. También ha contado con el respaldo decisivo de un gran guión que ha elaborado la autora de la novela en que se basa, Emma Donoghue. Ya desde la primera secuencia, a pesar de que los datos sobre la situación que vemos se van postergando y fluyen con cuentagotas, concita el interés de forma palpable.

Vemos a una madre que vive encerrada en una pequeña habitación con su hijo, Jack, un niño de cinco años que no ha podido salir nunca de ese reducido espacio en el que está confinado con ella. Aislados y sin posibilidad de hablar con nadie, no sorprende por ello que el pequeño no sepa nada, ya que la única fuente de luz natural es una claraboya.