Es dura, de una intensidad dramática notable y nos ofrece probablemente la mejor interpretación de Nicolas Cage desde que ganó el Oscar en 1995 con Leaving Las Vegas. Es, asimismo, una digna adaptación de la novela de Larry Brown que ha dado un giro considerable a la trayectoria profesional del director David Gordon Green, que ha abandonado las comedias de tono grosero y dudosa efectividad, del tipo de El canguro y Superfumados, para recalar en un producto realista y de una tremenda violencia.

Por eso no sorprende que formara parte de la sección oficial del Festival de Venecia y que el joven actor Tye Sheridan obtuviese el premio Marcello Mastroianni. Si algo queda claro con las imágenes es que nos introducimos en un mundo saturado de tensión y de frustraciones que conduce a determinados seres a su propia autodestrucción. No es nada frecuente encontrar en el cine norteamericano una mirada tan pesimista de un entorno social, en el estado de Texas, que conecta con la auténtica América profunda.

Después de intervenir en un conjunto de subproductos indignos de su categoría, Nicolas Cage vuelve, en efecto, a demostrar que todavía tiene sangre de actor corriendo por sus venas y que puede hacer cosas mucho mejores que la serie de «thrillers» y de cintas de ciencia-ficción que han monopolizado su trabajo de un tiempo a esta parte. El Joe al que da vida es, sin duda, un tipo no sólo consistente y bien diseñado, también revela unas cualidades humanas que saltan a la vista.

Es un hombre castigado por la vida, exconvicto, que se dedica al negocio de la madera y que se siente interesado por la figura de Gary, un joven de 15 años que trabaja ocasionalmente para él y que sufre las consecuencias de un padre alcohólico que lo somete a constantes malos tratos. Es más, Joe ve en el muchacho la forma de redimir una existencia sin ningún tipo de satisfacción.