No desprende el humor y la imaginación de la anterior aventura de los entrañables personajes, Los Muppets, que vimos en 2011, y solo en algunos de los números musicales, especialmente el primero, La secuela, que es realmente brillante, recupera las virtudes originales de estos muñecos creados por Jim Henson con los que han crecido varias generaciones de niños.

Con James Bobin repitiendo en la dirección y colaborando en el guión, se ha tratado de urdir una trama policiaca un tanto apolillada que habla de los delincuentes más buscados, del robo del siglo y de los gulags de Siberia, un cóctel demasiado forzado y carente de los necesarios estímulos.

Aunque la aparición de nombres muy conocidos en sucesivos y breves cameos, incluidos Lady Gaga, Salma Hayek, Ray Liotta, Saoirse Ronan y Christoph Waltz, podría haber animado la cosa, no lo hace en la debida proporción. De ahí que solo los incondicionales tengan pretextos para el elogio.

El argumento convierte a los Muppets en una banda de artistas un tanto «carrozas» que van a toparse en el transcurso de una gira por Europa con delincuentes internacionales que están en las listas de los más buscados. Todo empieza, sin embargo, con una suma de fatalidades, de modo que la Rana Gustavo es encarcelada porque tiene un extraordinario parecido con Constantin, que es el número uno en el ranking de los villanos mundiales. El suceso toma cuerpo cuando toda la banda lleva a cabo un tour que les conduce de Berlín a Madrid y desde Dublín a Londres.

Constantin se hace pasar por Gustavo para tener vía libre en prestigiosos museos, entre ellos El Prado, y consumar un importante robo. Lo peor para el verdadero Gustavo, con el que pretende contraer matrimonio Miss Peggy, es que su caída en desgracia supone que sea trasladado a Siberia. Con la CIA, la Interpol y la policía comunista tras los talones de los Muppets, el relato pierde parte de su identidad y unicamente de forma esporádica se rescata a los personajes del pozo en el que están inmersos.