Hasta el mismísimo Keanu Reeves sabe que ya nadie se chupa el dedo y que lo de vender orientalismos como panaceas filosóficas pasó a la historia.

Lo llamen karate, kung-fu, taichi o rumba volante, lo que se busca es la bronca y el mamporro, y en ese sentido 'El poder del tai chi' cumple sin rodeos: combates nítidos, planos sostenidos y buenas coreografías que permiten apreciar la técnica de los luchadores, aproximando la película al cine deportivo antes que al fárrago de montaje que en los últimos años se ha hecho norma. El guión, además, es pequeño y no estorba, por lo que el balance es notable.

La primera película como director de Reeves, que también aparece en pantalla como vínculo occidental pero sin ínfulas de embajador, llega al servicio del cine macarra de toda la vida. Como tiene que ser.