Retoma la larga tradición del cine de animación basado en el cómic de Astérix de Goscinny y Uderzo, relegada en los últimos tiempos por la serie, mucho más rentable en taquilla, con personajes reales y avalada por Gerard Depardieu en el papel de Obélix, cuya última entrega tuvo lugar en 2012, Astérix y Obélix al servicio de su majestad.

Lo hace con los nuevos instrumentos que permite el género animado, incluida la copia en 3-D, manteniendo una absoluta fidelidad a los personajes y al sentido de la historia, aunque con una perceptible falta de renovación que impida determinados altibajos en el ritmo de la proyección. Hacía ya nueve años que no se rodaba un largometraje de estas características, el último había sido Astérix y los vikingos, que vimos en 2006, nada menos que cuatro décadas después de que se inaugurase esta saga con Astérix el galo en 1967.

Aunque se deja sentir el control que Uderzo, uno de los dos creadores del cómic, ya que el otro, Goscinny, falleció en 1977, sigue efectuando sobre el material, para impedir su deterioro y que el respeto al original no desaparezca, es palpable que las películas han perdido parte de su encanto que han intentado compensar con las soluciones tecnológicas.

De ahí que con todas las ligeras deficiencias que presenta la cinta, nunca ese proceso de deterioro se consuma por completo y hasta hay momentos divertidos. Este nuevo producto de animación ha sido dirigido por el debutante Louis Clichy y por Alexandre Astier, un actor convertido en director que tiene solo en su haber dos cortos previos. La Galia, por supuesto, sigue siendo el escenario de la historia, que mantiene la eterna rivalidad entre Astérix, el líder de una aldea habitada por unos irreductibles y tenaces bárbaros, y Julio César, que ha montado su propio imperio derrotando a todos sus enemigos pero que ha fracasado ante estos galos insolentes.

Consciente, por ello, de que con la fuerza no puede triunfar, opta por la astucia y la inteligencia. En ese aspecto decide construir junto a la aldea de Astérix un Residencia de lujo, propia de unos dioses, que podrán disfrutar los galos sin ningún problema.