Se abastece de los ingredientes más loables y jugosos del cine de Isabel Coixet, retomando cosas de sus primeros largometrajes y de sus personajes más auténticos y mejor definidos. Con ello se eleva bastante el nivel de su trabajo, sobre todo en relación con sus más recientes títulos, y demuestra que sigue atesorando una facultad especial para combinar drama y comedia con una considerable coherencia.

Rodeada, eso sí, de factores de peso que salvaguardan los resortes más delicados de la cinta, desde los dos oscarizados protagonistas, Patricia Clarkson y Ben Kingsley, con los que ya había colaborado, hasta la elección de un argumento de Katha Pollitt que es una auténtica joya, los resultados son plenamente satisfactorios, aún más porque no hay ni sombra de pretenciosidad en las imágenes.

Se comprende que la película se hiciese con el segundo lugar en los People´s Choice Awards del Festival de Toronto. Esta es una historia de la pérdida del amor y de la crisis que ello conlleva en las personas que son abandonadas, pero también del nacimiento de una amistad tan desinteresada como singular. Comienza, por ello, con un tono de drama sombrío y áspero que es fruto de la desesperación y que conduce, incluso, a la humillación.

Tanto es así que Wendy, una editora de libros de elevado nivel cultural, llega a perder su dignidad cuando trata de recuperar a su marido, que la ha abandonado por otra mujer después de 21 años de unión y que la desprecia sin paliativos.

En semejantes circunstancias solo encontrará consuelo y satisfacción en la amistad que comienza con Darwan, un norteamericano de origen indio y de religión Sij que se ha convertido en su profesor de autoescuela para sacarse el carnet de conducir. No hay en la relación asomo siquiera de sexo y el único deseo de ella es lograr una independencia que le permita desplazarse hasta donde vive su hija con entera libertad.