Su habilidad para crear situaciones que provocan el miedo es innegable y en ocasiones, además, lo hace en grado sumo, llevando al auditorio a una situación realmente inquietante. En este sentido no se le pueden negar méritos al director, un John R. Leonetti que había dirigido previamente dos títulos mediocres, Mortal Kombat: Aniquilación y El efecto mariposa 2, y que fue responsable de la fotografía de una cinta de serie b, Expediente Warren: The Conjuring, que se erigió en 2013 en un éxito inesperado gracias al apoyo de las redes sociales y de la que Annabelle viene a ser, en alguna medida, una secuela.

Los reparos, sin embargo, saltan a la vista y se hacen patentes en un argumento que especula con ingredientes absolutamente gratuitos que convocan el terror sin justificación alguna. La cinta no adquiere nunca un mínimo de credibilidad y estalla en numerosas ocasiones con aquelarres desorbitados, sin haber sentado las bases propias para que se produzca. Y se deja sentir el trabajo poco satisfactorio de los dos protagonistas, Annabelle Wallis y Ward Horton, que incorporan sin convicción a los esposos. Leonetti sabía que su labor esencial consistía en crear terror.

Lo demás, la consistencia del guión y las causas que debían hacerlo así, quedaban en un segundo plano. De ahí que no haya sido necesario un exceso de imaginación por parte del guionista Gary Dauberman para dar un mínimo de peso a la serie de horrores que vive el matrimonio a partir del momento en que él tiene la funesta idea de regalarle a ella, con motivo de su cumpleaños y con la ilusión compartida de su embarazo, una preciosa pero inquietante muñeca antigua que estaba cerrada bajo llave en un museo del ocultismo.

El caso es que desde que este objeto entra en la casa comienzan a desatarse los momentos más terribles que uno pueda imaginarse. En fin, el baile de los horrores no cesa y los espectadores que gusten de estos aderezos se sentirán a gusto en un ámbito idóneo que, eso sí, tiene visos de espectáculo grotesco.