Si alguien cree que Vinaròs es poco valenciana por hallarse en el extremo norte del país, que se desengañe: en una terraza ofrecen sangría El Caloret. Siempre hay muchas ciudades en cada ciudad (y Vinaròs tiene el título desde los ochenta del XIX), y mientras nosotros pensamos en disfrutar apaciblemente del vermut (Vinaròs entra, por el sur, en la primera región mundial de los vermuts, que tiene su capital en Reus) y de la playa (de arena, de cantos o de roca detrítica, como las de Alcossebre e Irta), pulula por nuestro hotel una banda de jóvenes de despedida de soltero. El novio viste un precioso conjunto de camarera complaciente: a las doce del mediodía.

Por la noche hay festival de música electrónica, con dos o tres docenas de músicos. Tras superar un control de la Guardia Civil, vemos, al otro lado del barranco-río, un huevo multicolor, del que se desprenden rayos y temblores cromáticos. Es la sede del festival, muy hermosa en la distancia y el silencio.

El langostino es el árbol que tapa el bosque de su marinería. El actual puerto de Vinaròs es del XIX (fruto de las gestiones de un arzobispo: aquí los prelados son palanca de obra pública), con una magnífica lonja y una cofradía de pescadores encomendada a San Pedro, a quién si no. Pero ya en el siglo XVI destacaba por su industria naval y tenía algunas de las atarazanas más importantes del Mediterráneo. Esa pujanza había que defenderla con torres y bastiones, sobre todo, tras la expulsión de los moriscos (Vinaròs fue el centro del éxodo) y por la presión berberisca.

La plaza de toros, con pocos toros, es portuaria; lo mismo que la antigua escuela pública (hoy escuela de música), entre las más bonitas de España, con unos ventanales al mar para soñar con la huida. En torno a las plazas de Sant Agustí y Sant Antoni proliferan las tabernas y los bares de vinos que ofrecen género deliciosamente fresco y sin complicaciones: sardinas para pringar los dedos y navajas tan limpias como un niño.

Entramos en el mercado, que es blanco y leve, con alas de gaviota. Compramos vermut de Batea y tomata de penjar, y tras dejar atrás el auditorio, nos metemos en el casco antiguo por el carrer Major. Una pastelería que vende roques y el antiguo ayuntamiento gótico. La parroquial, renacentista, con un coqueta portada barroca de mucho poderío, y el ayuntamiento, bellamente dieciochesco.

Fuentes, jardines con cerámica gaudiniana, perspectivas de capitaleta. Deliciosas calles de Sant Isidre y la Purísima. Palacios y casas modernistas. Casa Membrillera. En su término hubo un puesto ibero, como un cortijo, pero la ciudadela, impresionante, está un poco más al norte, entre Ulldecona y Cases d´Alcanar. Como Benicarló, Vinaròs fue centro vinícola apuntillado por la filoxera. Al contrario que él, celebra Carnavales en vez de Fallas.

€ Comer

Restaurantes

Restaurante Les Moles

Ulldecona. Vale la pena hacer unos pocos kilómetros para acercarse a este restaurante, en el kilómetro 2 de la carretera a La Sénia. Una estrella Michelin. Sobre 70 euros/persona. Teléfono 977 573 224.

€ Dormir

Hoteles y paradores

Hotel La Bolera

Vinaròs. A la entrada de la ciudad, junto a una rotonda con pirulo conmemorativo. Es normal, amable y práctico. 65 euros, la doble. La playa está cerca.

Teléfono 964 402 800.