Hija de la cantante Lola Flores y el músico Antonio Flores, Rosario editó su primer disco en 1992, con veintinueve años. Actualmente, gira por España ofreciendo conciertos que incluyen a la artista más personal de su último disco, juntamente con muestras escogidas de toda su carrera.

Sí, un poquito de todo. Hago un repaso por todas mis canciones más conocidas, Qué bonito, Cómo quieres que te quiera, Al son del tambor..., todas esas que sé que mi público quiere escuchar. Luego, hago cinco o seis temas nuevos de este último disco. Llevo una banda buenísima y damos unos conciertos de mucha energía y mucho nervio.

¿Nervio por la música o por su danza en los escenarios?

Un poco todo. Yo cambio mucho las canciones en los directos. Siempre digo que soy una artista de escenario y que cambio muchísimo en directo, me tienen que ver en persona. Es lo que más disfruto en mi vida, me encanta la comunicación que tengo con el público.

¿Cómo revive hoy sus canciones más antiguas?

Con mucho cariño, porque vas queriendo sobre todo las canciones que te han dado mucho. Aquellas con las que has llegado a tocar el corazón de la gente, las cantas con mucho orgullo y cada vez las quieres más. Son temas para toda tu vida, que tendrás que cantar siempre.

¿Las que más le gustan siempre resultan ser más populares?

Eso nunca se sabe, porque lo más bonito que te puede pasar es que la canción que menos te esperas sea la que luego llega al corazón. Y aquella en la que tú más crees, luego no es la que llega. La magia de la música es que nunca sabes cuál es la canción que va a llegar a la gente.

Hablaba de aportar energía. ¿Qué quiere transmitir Rosario cuando se sube al escenario?

Mi sangre, mi arte que llevo dentro, todo el estilo musical que he creado, y, sobre todo, mi baile. Me expreso con todo: mi pelo, mi baile, mis manos... No hay nada de coreografía, todo es lo que me salga en ese momento.

¿Cómo liberaría esa energía si no tuviera la música?

¡Dios mío, no sé qué haría (ríe)! Me imagino que haría otra cosa creativa, cualquiera que fuera. No me lo he planteado, porque lo que más me gusta es cantar y bailar sobre un escenario, para eso hago mis discos. Le pido a la vida que me deje como estoy, que me ha dado mucho, ha hecho mis sueños realidad.

¿Le cuesta más ahora la parte de danza del espectáculo?

No, te sale igual, porque cantar y bailar es innato. Para tener arte, lo mejor es la ley del mínimo esfuerzo: cuando no realizas esfuerzo, es porque te sale solo.

¿Cómo afronta los conciertos cuando tiene el día malo?

Puede que estés cansada, vengas de un viaje, estés ronca€ Lo peor es cuando estás malita y tienes garganta para cantar diez canciones, pero no veinticinco. Esos son los momentos más difíciles. Pero nunca he dejado de tener ganas de cantar. Puede que esté cansada, que esté mala, pero los conciertos son mi vida y siempre pienso: «Disfruta a tope este momento». Le pido a la gente que venga a verme. Tengo esa oportunidad de estar cantando ahí hora y media, y cuesta muchísimo esfuerzo, tal como estamos viviendo en España estos momentos.

Usted vivió los años noventa, cuando las ventas de discos multiplicaban las que se registran ahora y había más dinero para conciertos. ¿Cómo ha ido encarando los cambios?

Adaptándonos como sea a las circunstancias, porque lo importante es cantar, y donde sea. Si antes iba con catorce músicos, ahora voy con seis; si antes llevaba más luces, ahora menos. El caso es cantar, bailar y expresar lo que tienes.

A la hora de crear música, ¿le aportaron más los momentos de diversión o los de lucha?

Todo en la vida es un más y un menos. Tienes que tener un disgusto para después animarte, y animarte para luego venirte abajo. Y veinticinco años dan para mucho.

Bebió de las tradiciones musicales españolas de sus padres, ¿pero cómo se aproximó a la música negra?

Crecí con ella. Cuando era jovencita, iba a casa y tenía toda la rumba catalana de mi padre, todo el flamenco, pero luego salía y bailaba funky, bailaba con James Brown, Areta Franklin, Tina Turner... Soy una consecuencia de toda la música que escuché en la calle y en casa. Y siempre he dicho que un quejío blusero es como uno flamenco. Cambian los acentos, pero

el sentimiento y calor son los mismos.

¿Qué es lo mejor que ha aprendido en estos años?

Dar muchas gracias a la vida y ser muy agradecida con la gente que ha vivido conmigo. Me llena de ilusión cuando me dicen: «He crecido contigo», «me enamoré de mi marido y me casé por tu canción Algo contigo», o «no sabes lo que has ayudado a mi niña, que ha estado malita y tu música le ha dado fuerza». Eso es lo mejor. Yo hago mi música para llenar las almas de la gente y para hacerla sentir mejor. Soy una transmisora, simplemente.

¿Y de dónde procede eso que transmite?

Del corazón, de los sentimientos. La música es de lo primero que hubo en esta tierra, y creo que es la expresión de nuestra alma y sentimientos, de todo nuestro interior.

¿Querría volver al cine?

Ahora estamos empezando con un disco nuevo y yo siempre estoy muy metida de lleno en la música, aunque me encantaría. Pero me tiene que llamar un director. Me encantaría que me dé aunque sea un papel chiquitito.