u apabullante éxito da la razón a quienes tuvieron la idea de crear un concepto de festival alejado de los presupuestos más puristas y potenciando los aspectos lúdicos por encima de los artísticos. La combinación entre vacaciones, playa y música era demasiado tentadora como para dejar pasar la oportunidad de reunir a decenas de miles de adolescentes con ganas de esparcimiento durante unos cuantos días. Como se ha comentado en otras ocasiones, un spring break a la española al que la chavalería responde encantada porque la música, que tiempo atrás fue la principal razón de existencia de los festivales, ha pasado a ser, simplemente, otro ingrediente más en una propuesta de ocio con objetivos muy claros. No se puede utilizar con el Arenal Sound el baremo que se aplica al Primavera Sound. Ni siquiera el del FIB, por mucho que las hordas de visitantes británicos hayan acabado por convertir el festival en una especie de parque temático. El Arenal Sound es otra cosa: Una semana de convivencia festiva de bajo perfil que se ha consolidado en tiempo récord y maneja unas cifras de asistencia incontestables.

Obviamente, la franja de edad a que va destinado es diferente a la de otros eventos veraniegos, y eso se nota también en una programación en la que abundan las bandas, pero que alcanza su momento álgido cuando llegan los disc jockeys. De hecho, el año pasado era habitual disfrutar de la mayoría de conciertos sin agobio alguno, pese a la cantidad de gente concentrada en el recinto. El motivo es que la mayoría de asistentes no está interesada en ellos. En el escenario de la playa, los grupos se van sucediendo para tocar ante apenas cien personas (no solo los desconocidos: fue el caso de Els Amics de les Arts en 2014), mientras el grueso del público se prepara en las zonas de camping para darlo todo en cada larga e intensa noche de juerga. Solo algún artista puntual, al margen de géneros (puede ser Bastille, pero también La Pegatina), congrega a una muchedumbre significativa, que posteriormente se vuelve a retirar a los cuarteles de invierno de las tiendas para practicar un pacífico botellón.

En un momento en que son las marcas de bebida las que financian los festivales (con la venta de abonos a precio de saldo es imposible pagar los cachés), se trata de que haya gente en el recinto. Cuanta más, mejor. Y que consuma. Incluso con precios diferentes en función de los horarios. Ante tal tesitura, lo de menos suele ser quién actúa en cada uno de los escenarios, y una parte importante de la programación se organiza, con facilidad y sin necesidad de buscarle tres pies al gato, en torno al listado habitual de bandas españolas de tirón masivo. La otra, la que incluye atracciones internacionales, depende de lo acertados que estén los programadores. Y si el año pasado tuvieron el buen gusto de combinar a Miles Kane y Azealia Banks (ninguno llenó) con Placebo, los explosivos Die Antwoord o Mando Diao (pese a su bochornoso concierto), esta vez han estado bastante menos finos, y los artistas que protagonizan los seis largos días del festival dejan un margen muy escaso para la sorpresa (o el interés). De hecho, incluso repiten bandas de muy limitado alcance que ya han pasado previamente por Borriana, como los Ting Tings, que estuvieron en el festival en 2012. El dúo formado por Katie White y Jules de Martino tiene disco reciente (Super Critical, del pasado año), pero su inofensiva fórmula dance punk no ha cambiado, y quizá ese es el motivo por el que siguen interesando en un festival como el Arenal Sound, que apuesta antes por el hedonismo que por la reflexión. ¿Un pecado? No. Simplemente, una filosofía de funcionamiento.

Algunos nombres

Son más de un centenar los artistas que desfilarán por los diversos escenarios de la playa del Arenal a partir del próximo martes, 28 de julio, en una selección que va del rock de autor de Nacho Vegas a la verbena electrónica de Nervo (reciente aún su paso por el Marenostrum), y del mestizaje de manual de Canteca de Macao al techno desenfrenado de Vitalic. Todo vale. Como es costumbre en el festival, el criterio es acumulativo y no existe una línea temática.

Este año, rebuscando entre la pléyade de nombres que se suceden en el cartel, se puede destacar la presencia de La Roux, no tanto por la novedad como por la eficacia de su actual espectáculo en vivo, que se pudo ver en abril en el MBC Fest de Puerto de Sagunto. Allí, Elly Jackson se echó la responsabilidad a la espalda y protagonizó el mejor concierto del festival. Perfecto cruce andrógino entre Tilda Swinton y David Bowie, la cantante galvanizó el estado de ánimo del público pese a arrastrar una ligera afonía, y ofreció, secundada por una estupenda banda, un show de altura, que seguramente repetirá en Borriana sin variaciones dignas de mención.

Otro tanto se puede decir de The Hives, recurrentes en los festivales españoles. Sin material nuevo desde 2012, se espera que reproduzcan el concierto que ofrecieron hace justo un año en el Low de Benidorm. Musicalmente no han inventado la rueda (lo suyo es garage rock de toda la vida), así que echan el resto en todo lo relacionado con el envoltorio de sus canciones. Y la fórmula les funciona. El llamativo telón de fondo, la iluminación, los trajes a juego, la sintonía de salida (el tema de la película Tiburón) y hasta los roadies (vestidos de ninja) conforman una puesta en escena infalible, que además cuenta con un maestro de ceremonias imbatible, el vocalista Howlin´ Pelle Almqvist, todo un animal de escenario. Unos cuantos hits bien colocados (y los tienen: Come on!, Main offender, I want more, Tick Tick Boom) y la ovación y vuelta al ruedo están garantizadas. Sin duda, la mejor receta para un festival.

El resto del cartel incluye todo tipo de propuestas. Por ejemplo, un Mika que llevaba tres años sin grabar y que acaba de publicar No place in heaven. Efímero niño prodigio del pop de consumo, ha terminado como jurado en la versión francesa del reality La Voz. O The Kooks, que pasaron por el SOS de Murcia el año pasado para presentar Listen, el disco con el que siguen girando. El periodista Jam Albarracín los definió con precisión: «Un buen grupo de segunda fila que funciona bien en festivales pero que no merece caracteres grandes en un cartel». Una categoría cada vez más común.

El melting pot de Rudimental, los jovencitos Tom Odell y John Newman, o los británicos Everything Everything, que en otoño pasarán por el BIME, son otros de los reclamos internacionales de un Arenal Sound que no sigue la estela de su anterior edición, pero que a buen seguro volverá a batir récords de asistencia. Mientras la playa siga en su sitio y los packs de bebida mantengan los precios a nivel competitivo, hay festival para rato. Juventud, divino tesoro.

festival para rato. Juventud, divino tesoro.