El 9 de enero de 1995, lunes, entre las nueve y media y las diez de la noche, España sufrió de palpitaciones. El periodista Iñaki Gabilondo interrogaba en Televisión Española a Felipe González, a la sazón presidente del gobierno, como nunca se había hecho antes ni se haría después, al menos hasta hoy mismo, dos décadas de democracia más tarde. Gabilondo indagaba a cuchillo desenvainado sobre la supuesta responsabilidad del estado en la guerra sucia contra ETA. «Organizó usted los GAL? ¿Autorizó usted la guerra sucia contra ETA? ¿Toleró usted eso en algún momento, porque le resultaba útil...?» Tres preguntas como dardos envenenados, que recibieron sendas y categóricas respuestas negativas. Lo esperado. Unos creyeron a González, otros no, muchos se quedaron con la duda. Y un año después, Aznar ganaba las elecciones.

Esa es la historia desnuda. Los hechos que el valenciano Gabriel Ochoa ha transformado en una exitosa obra de teatro que, desde Madrid, está a punto de comenzar su gira española. Empieza en La Rambleta (Valencia), del jueves 4 al sábado 6 de junio (20.30 h). Las dos primeras jornadas de representación añaden, además, el incuestionable aliciente de culminar con sendos coloquios dirigidos, respectivamente, por los periodistas Jordi Évole e Hilario Pino.

Han pasado veinte años largos desde aquellos hechos. ¿Qué interés cree que tienen hoy para los ciudadanos españoles?

Hombre, lo primero, que se trata de un presidente del gobierno, de Felipe González. Y que se trata también de un periodista tan conocido como Iñaki Gabilondo. Imagínatelos frente a frente. Las guerras correctas habla de una historia que nadie conoce realmente y de la que todos querríamos saber la verdad.

Ya, pero es una historia política y antigua. Mucha gente dirá: ¡menudo rollo...!

[Ríe]. Pues eso pensábamos nosotros, pero la realidad ha demostrado que no. Por otra parte, no hay que olvidar que, además de todo, se trata de una obra de teatro. Y tiene una buena dosis de comedia. Yo creo que si Berlanga la viera, se reiría, seguro. Toda la primera parte, que trata de cómo se convenció a Iñaki Gabilondo para que hiciera la entrevista, tiene una buena dosis de absurdo. Por otra parte, es verdad que han pasado veinte años, sin embargo, creo que no hemos cambiado tanto como sociedad, y está muy bien conocer y reflexionar sobre el pasado para encarar mejor el futuro. Más todavía, cuando aquí es tan normal que a los periodistas no se les permita preguntar libremente. La gente reflexiona, pero también se lo pasa muy bien. No es cierto que la política sea siempre aburrida, acuérdate de películas como La escopeta nacional...

¿Cómo ha combinado esa faceta humorística con el distanciamiento brechtiano que, al parecer, domina la obra?

Hay una cosa que me gusta, y es que los actores, unas veces como tales y otras como personajes, se dirijen al público para explicarles o recordarles parte de la historia. Lo hacen de una manera muy cercana e incluso con humor, de manera que se llega a provocar una gran complicidad. La obra está contada desde la verdad y desde cierto juego, como se puede contar en el teatro.

... Para plantear algo absolutamente trascendental, como es una reflexión sobre la posible justificación de los excesos del estado de derecho, dilema que no todo el mundo ha resuelto todavía.

Sin duda. El propio título de la obra habla de esto. Las guerras correctas. ¿Alguna guerra puede ser correcta? Obviamente, son términos contradictorios. Pero, para muestra un botón, algunos de los condenados a prisión por este motivo, fueron idultados parcialmente por el gobierno de Aznar: hubo un pacto de estado entre los dos grandes partidos y aquí no ha pasado nada. De todos modos, para mí, la reflexión más interesante de la obra es la que se produce sobre la relación entre periodismo y política, y de ahí el gran éxito que ha tenido entre gente como Jon Sistiaga, Ana Pastor, Montserrat Domínguez, Juan José Millás... En aquel momento, creo que Iñaki Gabilondo se jugó la cara no sé si por un país, pero sí por hacer una entrevista como se supone que se debe hacer a un presidente en aquella situación. Algunos que estaban en Televisión Española aquella noche me contaron que estaban blancos viendo la entrevista. María Antonia Iglesias salió blanca y pensando que Iñaki estaba acabado, que su carrera se había acabado. No fue así, como es evidente, pero, desde luego, aquella entrevista marcó un antes y un después.

Pero en aquel momento ya había un periodismo muy sucio, que incluso justificaba los GAL. La responsabilidad no estaba sólo en el poder político...

Obviamente. Desde el periodismo también se ha hecho mucho daño.

¿Por qué decidió Iñaki Gabilondo hacer la entrevista, sabiendo las consecuencias que podía tener para él?

Me contó, y así sale en la obra, que cuando se lo propuso Jordi García Candau, director de TVE, dijo que no porque le pareció una encerrona, meterse en la boca de lobo. Pero luego dijo que sí, a condición de entrevistar también al resto de los líderes políticos. De los cuatro personajes que salen en la obra, yo pude entrevistarme con García Candau y Gabilondo, pero no con Felipe González y Alfredo Pérez Rubalcaba. La conclusión a la que yo he podido llegar personalmente es que Felipe González esperaba lavarse la cara con la entrevista, pero luego no fue así... O sí, porque García Candau opina que la entrevista fue necesaria y dura, y que González salió reforzado de ella. Cada uno tiene su opinión. Pedro J. Ramírez, por ejemplo, también cree que Felipe salió reforzado... Pero la entrevista está ahí e Iñaki Gabilondo dijo después que fue a por todas desde el primer minuto porque sabía qué gran orador tenía delante.

¿González perdió las elecciones al año siguiente. La gente que vio la entrevista no le creyó?

Las encuentas dijeron que le creyó el 49 % de los espectadores, la mitad...

¿Y cómo se posiciona el espectador de Las guerras correctas?

Pues es curioso, porque creo que primero se posiciona de una manera y luego cambia, se va al otro lado, después quiere volver, no puede y tiene que quedarse en el medio. También sé que, además de divertirse, al espectador también le incomodan mucho algunas cosas que pasan.

Pero eso es grave, significa que todavía hoy mucha gente no tiene clara su postura respecto del terrorismo de estado...

Efectivamente. En aquella época se vivieron momentos muy duros, había mucho miedo... Pero, claro, una sociedad democrática no puede aplicar el ojo por ojo. Lo que pretendemos con la obra es que el espectador tenga todas las miradas y que luego saque su propia conclusión.

¿Cómo está planteada desde el punto de vista de la dramaturgia?

Después de salir de hablar con Iñaki la primera vez, ya salí pensando cómo podía ser la obra: la entrevista era el tema central, pero Felipe sale quemado y al cabo de un tiempo tienen que volver a quedar para hablar de ello. Luego fui puliéndolo poco a poco, a medida que tenía otras entrevistas. También tuve que consultar mucha documentación.

¿Este tipo de teatro político, como Ruz-Bárcenas, es realmente necesario, tiene futuro?

Alberto San Juan (Teatro del Barrio), que es el productor de la obra, dice que este teatro, más que político, es social. Habla de lo que nos ha pasado para que no vuelva a pasar. Es cierto que la crisis ha hecho emerger este tipo de obra, pero una buena parte del público quiere saber.

¿Usted, como creador, se ha quedado con ganas de más?

Bueno, es cierto que cuando escribes una historia así, te llegan muchas más, te conviertes en una especie de receptor. Sí, es cierto, tengo más cartuchos en la recámara. También hay ejemplos en el cine, como una película que me ha gustado mucho, Negociador, de Borja Cobeaga, que aborda el tema de ETA con una mezcla de mucho humor y cierta amargura, que es justo lo que hemos querido hacer con Las guerras correctas.

Hablamos el viernes 22, dos días antes de las elecciones. ¿Qué le gustaría gritar el lunes 25 desde la ventana de la cocina?

Hay muchos gritos necesarios, pero sobre todo creo que hay reconstruir Valencia desde el ámbito cultural.